José María Marco

Despacito

La Razón
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Las ficciones ayudan a vivir y a veces, incluso, ayudan a comprender la realidad de la que queremos evadirnos. Una de las ficciones que más éxito han tenido en la vida política española es la de la existencia de un PSOE centrado, socialdemócrata, moderno y europeo, como se solía decir para subrayar que los que no comulgaban con el socialismo eran unos carpetovetónicos irredentos. Pues bien, jamás ha existido nada parecido, ni siquiera en tiempos de Felipe González, que es la edad dorada, la arcadia mítica de ese socialismo feliz.

La irrupción de Pedro Sánchez al frente de las hordas de base, ignorantes de la verdad, los méritos y la razón que dictaba en su tiempo la izquierda exquisita no rompe por tanto con nada. Más bien devuelve a este grupo, desacreditado y cada vez más dependiente del poder, sea cual sea el signo político del que lo ocupe, el sectarismo que ha inculcado en la sociedad española, en particular entre los afines y los simpatizantes. Pedro y sus hordas, que se han hecho con el poder a su ritmo, despacito y con constancia estratégica, no dicen nada que no hubieran dicho los ahora indignados. El mismo guerracivilismo, la misma alergia a la nación española, la misma fijación con lo que desde los años 80 es su único punto programático: acabar con la «derecha». Cambia, eso sí, la posición relativa por la aparición de los nuevos populismos.

En el escenario político que ahora se dibuja, quedan por tanto, como mantenedores de la democracia liberal, el Partido Popular y Ciudadanos. Si lo quisiera, Ciudadanos podría cubrir el espacio de centro progresista y atraer a los antiguos votantes socialistas que, por pragmatismo e instinto de supervivencia, van a dejar de respaldar propuestas suicidas. El PP, impulsor de las grandes reformas de estos años, debería seguir cubriendo su amplísimo espacio político y social. Eso requeriría acabar de una vez con la ficción de la izquierda socialista moderada y su poder legitimador, esa fe de la que ese mismo PP es en la actualidad el último creyente, el último paladín y el último practicante. Competir en parte por un mismo electorado no convierte al PP y a C’s en enemigos, al contrario, pero para aprovechar el colapso de las ficciones –en bien de todos– valdría la pena dejar atrás la nostalgia de lo que nunca fue.