Ely del Valle

Discreción

La Razón
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Dice el Gobierno –lo ha dicho su portavoz, Íñigo Méndez de Vigo– que el diálogo con la Generalitat catalana seguirá abierto «ad eternum» para hablar de todo menos de lo único que quiere hablar la susodicha Generalitat, que es del referéndum. Pues bien, no parece que ese diálogo vaya a tener mucho futuro, a no ser que entre col y col se deslicen algunas gambas; o lo que es lo mismo: se negocie con la concesión a Cataluña de ciertas «prebendas» a cambio de que Puigdemont y su alegre muchachada se apeen del burro. Si esto fuera así, cosa que se niega en rotundo, estaríamos ante un nuevo caso de la parábola del hijo pródigo que siempre me ha parecido de una injusticia flagrante. Por otro lado, si se va a hablar de lo que se hablaría con cualquier otro presidente autonómico, ¿por qué las reuniones entre representantes de uno y otro gobierno tienen que ser «discretas»? ¿Se reúnen Rajoy o Sáenz de Santamaría con Susana Díaz, por poner un ejemplo, con la misma «discreción»? No parece. Es más: ¿hace falta ser tan discreto cuando lo que se pretende abordar son los problemas que afectan a la cotidianedad de la vida de los ciudadanos? En todo este asunto hay algo que no cuadra o cuadra mal. Es evidente que las reuniones entre líderes políticos transmitidas por «streaming» no dejan de ser un postureo absurdo. La discreción es algo que se le supone a cualquier negociación, pero desde el momento en que se entra en el juego del entrecomillado lo que se consigue es crear unas expectativas (o unas sospechas) que sólo pueden provocar frustraciones añadidas. Es estupendo que el Gobierno y Puigdemont (o Junqueras) se reúnan y hablen de los panes y los peces, pero con tanta «discreción» lo único que han conseguido es que nadie les quite la vista de encima.