Fútbol

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Dolores

La Razón
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Terminó una jornada de esquí en Andorra y de regreso a Madrid supo que en el Camp Nou rendían culto a Johan Cruyff. Carlos se desvió 200 kilómetros para despedir al mito. «Fue mi ídolo de juventud. Me dio tanto, disfruté tanto viéndole jugar... Se lo debía». Y se fue a Barcelona a decir adiós al «Flaco». Carlos todavía juega al fútbol, le apasiona este deporte. Carlos es madridista.

Como Butragueño, Amancio o Florentino Pérez, que pronunció esta frase en el Memorial: «Hay personas que no deberían morirse nunca». Cruyff es un símbolo del fútbol, no sólo del barcelonismo; aunque los compañeros de la Prensa catalana, al hacerse eco del recuento de la cantidad de personas que fueron a despedirse de Johan, publicaran que «15.158 culés» le habían tributado sentidos homenajes. Carlos no es culé, ni Florentino ni Butragueño ni Amancio. Si nos apropiamos de la memoria de los genios reducimos su ámbito a lo personal y dejarán de ser universales.

Cuando hay que hacer un obituario, un panegírico, escribir una frase de recuerdo o pronunciar unas palabras sobre el finado se tiende, en algunos casos, a exagerar. No siempre. «Personas como Cruyff no deberían morirse nunca»; la admiración nos conmueve. Se expresa un sentimiento. A cualquiera que deguste el fútbol más allá de los colores siente el fallecimiento de Cruyff. Es natural. Lo que suena a hueco, a oportunismo, es escribir en el libro del duelo lo que Artur Mas dejó para la posteridad al recordarle como un «catalá per convició». Cruyff, catalán por convicción... Cierto que fue seleccionador de Cataluña, pero «catalá per convició»... ¡Él, que renegó de quienes silbaron al Rey y al himno! Si se sentía catalán, que no lo dudo, estaba en las antípodas de Mas. Nunca renunció a su nacionalidad holandesa, y además era tolerante.