Alfonso Ussía

Don Mario

La Razón
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Mi querido y distinguido don Mario: Perdone mi atrevimiento y la familiaridad del trato, pero ciertamente lo llevo en mi corazón y esa certidumbre justifica mi osadía. Usted no va a leer el texto que hoy se publica en «La Razón». Usted tiene cuatro meses de edad, y no le ha llegado aún el tiempo de los cuentos y las primeras lecturas. En su casa, alrededor de su cuna, se respira estos días un aire de infinita tristeza. Su madre, Rocío, cree tener su vida detenida para siempre, como un bosque en invierno, o un arroyo sin agua o un campo sin trigo. Su madre, don Mario, es la mujer de un militar. Siempre escribimos de los militares y casi nunca nos acordamos de sus mujeres. Las mujeres de los militares, de los guardias civiles, de los policías nacionales, que nos sirven a los españoles con igual vocación que sus maridos. También hay mujeres entre los militares, los guardias civiles y los policías nacionales, pero por número y destino, son ellas la mayoría. Le voy a decir una cosa, don Mario. Todas esas mujeres son unas geniales intérpretes de la administración. Estiran el escaso sueldo de sus maridos hasta lo imposible, y algún día, cuando usted crezca y probablemente quiera vestir el uniforme de su padre, se dará cuenta de ello.

Su padre, don Mario, eligió la vocación del servicio a su Patria. El que paga esa escasa nómina es el Estado, pero el amor está reservado a la Patria. Su padre, mientras usted y yo descansamos, ha estado volando por los cielos de España precisamente para ello, para que descansáramos. Como los marinos navegando, como los militares de tierra guardando nuestra seguridad, como los guardias civiles y los policías nacionales manteniendo el orden y persiguiendo a los delincuentes y los violentos. Su padre, don Mario, eligió ser aviador del Ejército del Aire. Y es lo que ofreció a su madre, a Rocío, antes de casarse, además del amor. –Te tendrás que conformar con mis ausencias, con mis riesgos y con mis servicios. Me tendrás a mí, a mi uniforme y lo poco que te traiga todos los meses para que nada nos sobre y nada nos falte-. Como su padre, don Mario, hay muchos españoles ocupados exclusivamente en garantizar el bienestar de sus compatriotas y la dignidad de España.

Usted va a crecer sin los consejos, los abrazos y el cariño de su padre. Pero no se preocupe. De arriba le llegarán los consejos, los abrazos, los besos, la inmediatez y su cariño. Su madre y usted no están solos. Tienen a su lado a todos los compañeros de su padre, y lo que es más importante aún, a todos los españoles de bien. Conozco a muchas personas que no están orgullosas de su padre, y usted lo estará siempre. Conozco a muchas personas decepcionadas por la trayectoria, o la deshonestidad, o el egoísmo de sus padres. Y usted jamás se sentirá decepcionado. Creo en Dios, y creo que siempre compensa. No lo entiendo, como le sucederá ahora mismo a su madre, Rocío, pero fue su padre quien eligió el maravilloso riesgo del servicio como culminación de su vida.

El pasado 12 de octubre, cumplió con el honor de volar por el cielo de Madrid sobre su Rey y una multitud renovada de ilusiones. De vuelta a la Base, cuando usted y Rocío le aguardaban para felicitarlo, por las causas que sean, todo aparentemente terminó. Pero le recuerdo, don Mario, que usted no está sólo y tiene en su madre a la mujer valiente y decidida de un militar ejemplar. Que la muerte no es el final. Que su padre, don Borja Aybar, capitán del Ejército del Aire, ya está en su sitio, sobre sus nubes. Y usted crecerá con su ejemplo y su cariño, que recibirá a diario. Los españoles estamos con usted y nos sentimos profundamente agradecidos a su padre. Sea valiente, tenga siempre presente la fuerza y el amor de su madre, hónrelos, crezca feliz y orgulloso, y no se desanime. Estará su padre a su lado. Los aviadores suben y bajan del cielo con mucha naturalidad. Usted es un niño ya hombre. Y le envío mi mayor y más emocionado abrazo que uno al de todos los españoles decentes. Buenos vientos, don Mario.