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Donald Nixon

La Razón
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Cuando el 18 de junio de 1972 The Washington Post publicó sin grandes alardes una noticia titulada «Cinco hombres detenidos cuando intentaban espiar las oficinas del Partido Demócrata», Richard Nixon sonrió. «Soy el hombre más poderoso sobre la faz de la tierra, nadie me tocará un pelo», caviló Tricky Dicky (El Tramposo Robert). Se creía intocable pese a que, obviamente, no se le escapaba que se trataba del mayor caso de corrupción en 200 años de historia. Cinco meses más tarde, su prepotencia se incrementó exponencialmente al revalidar mandato con una goleada de escándalo (18 millones de votos) a McGovern. Ni dos años después, el californiano hacía historia al convertirse en el primer presidente que se tenía que fugar de la Casa Blanca por la puerta de atrás víctima de sus golferías en el Watergate. Ya se sabe: la amenaza del impeachment hace milagros.

A mí nunca me gustó Donald Trump. Básicamente, porque está más pallá que pacá. Un tipo que asegura que podría «disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos» no debe ocupar el Despacho Oval sino una habitación en el frenopático más cercano. Un individuo que afirma que «si eres famoso puedes coger a las mujeres por el coño [sic] y no pasa nada» es un indeseable por no decir un psicópata. A muchos conciudadanos de mi perímetro ideológico, el centroderecha, les encanta. Un servidor detesta a los perturbados sean de mi bando político, futbolístico o familiar o del de al lado.

Hará menos de un año nos enteramos que venció a Hillary Clinton gracias al espionaje de los rusos, que hackearon los mails de la demócrata. Correos que fueron convenientemente aireados en campaña dando la vuelta a unas encuestas que auguraban un incontestable triunfo de la rival del marido de la triste Melania. El escándalo es clónico desde el punto de vista temporal y factual al Watergate. El agua estaba en verano a la altura de sus rodillas pero ahora le alcanza el ombligo, aproximándose sin prisa pero sin pausa a su tuneado pelo rojo. La confesión de su asesor Michael Flynn, que admite haber cometido perjurio, lo sitúa al borde del abismo. Caiga o no caiga, que yo creo que caerá, lo que más envidia me provoca es contemplar como el mismísimo jefe del FBI, el insobornable Mueller, apunta ya al que sabe jefe de la banda. Si tiene que procesarlo, lo procesará. Y no sólo no pasará nada sino que los EEUU saldrán fortalecidos del envite.