Bruselas

Echar tierra a los ojos

La Razón
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La sociedad europea está perdida en medio de un túnel a oscuras y, desde él, no es posible ver una rendija de luz por la que se pueda intuir el horizonte. La economía y la política se mueven en la improvisación y en la superación de los nuevos obstáculos que surgen cada día, quedando relegada la definición de un mañana sine die.

De pronto, Europa se ha quedado sin punto de llegada, sin metas que pretenda conseguir en el futuro. Ningún líder político, ni social, podría responder mañana a tres sencillas preguntas: ¿Qué queremos lograr los europeos?, ¿dónde queremos estar en el futuro?, ¿para quién lo haremos?.

Los gigantes asiáticos China y La India, junto a EEUU, ocuparán la pole del crecimiento económico mundial en el 2050 y África será el lugar a conquistar económicamente en la segunda mitad de siglo. Un continente enorme, con mucha población y con todo por hacer. A él, llegarán los desarrollos de nuevos mercados, esperemos que también la democracia, la libertad y la igualdad.

Europa es el reverso de la moneda, el crecimiento de población europeo es cada vez menor y el poco que hay, se debe principalmente a la inmigración neta. Además, a partir del 2035, se prevé que la población europea comenzará a descender. Hoy vivimos en el Viejo Continente en torno a 504 millones de personas, somos el 7% de la población mundial: la reserva blanca y anciana del planeta.

La herencia que dejamos a las nuevas generaciones es una profunda ceguera para vislumbrar el horizonte, una crisis de valores de las más profundas que se hayan vivido y un laberinto socioeconómico difícil de recorrer.

Los nacionalismos no solo pueden acabar con el sueño europeo, también con todo lo aprendido durante siglos. La Europa confederal era la superación de los problemas de las fronteras que trajeron guerra, muerte y miseria. Además, suponía la posibilidad de participar en la nueva geopolítica del globo terrestre.

Pero la vulnerabilidad del proyecto se hace evidente cuando políticos tan mediocres como el Sr. Puigdemont, el Sr. Junqueras y los inefables dirigentes de la CUP, son capaces de reavivar los viejos peligros.

De momento, la cuestión catalana puede dañar los esfuerzos franco-alemanes para reforzar la zona euro con nuevos instrumentos presupuestarios y nuevas cesiones de soberanía.

Los adversarios de esta estrategia achacan, en parte, la incomodidad de algunas administraciones regionales con una Unión Europea que apenas les concede representatividad y citan el caso catalán.

Se trata de otros nacionalismos que instan a recuperar el apoyo popular mediante la devolución de competencias de Bruselas hacia los estados miembros y de estos hacia las regiones. En definitiva: Europa se puede centrifugar.

El Sr. Puigdemont es el responsable del traslado de empresas y de la caída del 26% en creación de estas en Cataluña con respecto al año anterior, de la mayor subida del paro en Cataluña desde el año 2008, de la bajada en las ventas del comercio en más de un 20%, de la caída en el consumo catalán y, en definitiva, de la crisis económica que amenaza con volver.

Pero este no es el mayor daño que está haciendo el Sr. Puigdemont. Lo peor es la sesión de espiritismo que está realizando con los viejos fantasmas nacionalistas. Su presencia en Bruselas es un acto de maldad y cobardía, se esconde de la responsabilidad de sus propios actos y agita los conflictos territoriales que dormían en todos los países europeos.

En definitiva, Europa no puede ver su futuro porque insolventes como los líderes separatistas catalanes no dejan de echarle tierra a los ojos.