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Eco de txalaparta

La Razón
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«Pocas gentes –señaló hace años Antonio Elorza– tienen la suerte de asistir a la presentación en sociedad de un artefacto forjado en la prehistoria». Él fue uno de esos afortunados. Ocurrió allá por 1970 cuando el politólogo vasco asistía al festival de jazz de San Sebastián y dos multizarrak –«literalmente, muchachos viejos», aclara Elorza– tocaron la txalaparta, ese instrumento que los nacionalistas radicales consideran falsamente ancestral y que ameniza las ceremonias en las que se retrotraen a los tiempos inmemoriales de la libertad perdida de los vascos por efecto de un supuesto conflicto irresuelto con España –con el Estado, según su perifrástico estilo– que justifica la violencia de sus gudaris contra él. El eco de la txalaparta devuelve así las remotas voces que claman por una patria extraviada.

Ahora vuelve ese eco en forma de construcción de una memoria que se pretende histórica, pero que está hecha a la medida de quienes, durante medio siglo, encuadrados en las filas de ETA, se emplearon a fondo, cometiendo todo tipo de crímenes, para intentar separar a los vascos de España. Una construcción que, paradójicamente, requiere la destrucción material de los documentos que puedan dar fe de lo que de verdad ocurrió. Eso es lo que han denunciado hace unos días los mejores historiadores académicos vascos, cuando en un manifiesto han alertado de la desaparición de numerosos expedientes judiciales sobre las actividades de esa organización en virtud de las decisiones de la Junta de Expurgo de Expedientes Judiciales de Euskadi. Al parecer, para hacer sitio en los juzgados, no hay nada mejor que quemar o guillotinar los viejos expedientes preinformáticos, con sus legajos llenos de papeles. Y puestos a elegir, han debido pensar los silentes burócratas de juzgado, qué mejor que los alusivos al terrorismo ahora que lo de ETA se ha terminado. Los historiadores han advertido del peligro que ello conlleva, pues «se limitará la posibilidad de hacer historia de manera rigurosa» y «se dará alas a la literatura panfletaria... escrita por propagandistas que no consultan archivos ni bibliotecas». Más aún, señalan que «será imposible lograr un conocimiento exacto de las páginas más oscuras de la historia reciente de Euskadi»; y concluyen que se «habrá privado ... a las generaciones futuras del derecho a la verdad».

Los asuntos vascos no dan tregua y el eco de la txalaparta resuena mientras la verdad se oculta, se diluye, se desvanece. ¿Qué es la verdad?, se preguntan algunos como aquel Poncio Pilatos a quien no interesaba conocer la respuesta, pues para ellos la verdad es lo que en cada momento conviene. Los epígonos de ETA están ahora empeñados en encubrir los crímenes, en disfrazar el dolor que provocaron sus mentores, en presentar un relato ilusorio en el que todo aquello no fue sino un mal necesario que sería mejor olvidar. Dicen que así contribuyen a la paz y a la convivencia. El «tac-tac-tac» de la txalaparta es ya atronador y cada vez son menos los que saben lo que sufrieron los muertos.