Ángela Vallvey

Ejemplos

La Razón
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La lista de presos políticos en Venezuela es larga. En ella hay militares, profesionales, políticos, estudiantes... De ambos sexos. Solo los regímenes no democráticos, si no profundamente antidemocráticos, cuentan con presos políticos, esto es: personas detenidas y procesadas porque sus opiniones, cuando no su mera existencia, amenazan al gobierno. La muchedumbre siempre actúa bajo la dirección de unos cabecillas. Si éstos no existen, resulta muy improbable que la masa se pueda organizar y ma-nifestar la fuerza que hay detrás del número de individuos que componen una multitud. En el siglo XVI, Guillaume Paradin se refería a las sediciones lyonesas del pueblo enfurecido, que fueron desencadenadas por la carestía de cereal, como fenómenos protagonizados por «un animal de mil cabezas», «un tropel enloquecido». En realidad se trataba de la visión de un personaje acomodado, horrorizado ante la reacción del gentío hambriento, pero desorganizado, falto de líderes que encauzaran sus acciones. Encarcelados, los posibles cabecillas dejan de molestar al poder. Así, un gobierno ejerce el control mediante la amenaza sobre los que están encerrados, pero también sobre los que podrían sentir la tentación de revelarse, o rebelarse... El miedo es una extraordinaria herramienta de control que el poder ha utilizado desde el origen de los tiempos para mantener y extender su garra sobre una población. Pero los regímenes tiránicos no son los únicos que lo utilizan: también gobiernos perfectamente democráticos usan los fantasmas del miedo para garantizarse una cierta tranquilidad, de manera especial cuando corren tiempos convulsos. Escarmentar al conjunto de la sociedad sometiendo a procesos dolorosos a unos cuantos habitantes de los más notables o distinguidos, es una manera de que cunda el «ejemplo»: así se mantienen contenidos, desactivados, en calma, al resto de ciudadanos susceptibles de comportamientos revoltosos. Los fantasmas del miedo muestran a la sociedad el rostro de todo aquello que la amenaza, y reducen el peligro de reacción, agitación o jaleos por pequeños que fueran (el alboroto siempre es desestabilizador). En Venezuela, vemos el caso más extremo del uso de las armas del miedo, baratas, mortalmente provechosas, de una terrible eficiencia. El castigo «ejemplarizante» de tantos disidentes encarcelados sirve para inmovilizar a otros posibles líderes que pensaran en la insurrección. Nadie se atreve. Hay temor a derramar sangre. Y el hambre ya se ha encargado de esparcir suficiente dolor.