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El agua para las ranas

La Razón
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Empezó con botellas de agua y ha terminado en diluvio. La protagonista, no a su pesar porque le encanta chapotear en las redes sociales, es María Antonia Trujillo, a la que recordarán porque llegó a ministra en tiempos del inefable Zapatero. De su peripecia en Vivienda lo que dejó más huella fue la iniciativa de producir 10.000 zapatillas diseñadas para caminar por la ciudad, con el lema «obviamente no podemos conseguirte casa, pero de momento te ayudamos a buscarla». Pues @matruji, que es como firma en Twitter, reapareció el fin de semana con un mensaje explosivo: «Ayer nos sirvieron 12 botellas de #AguaFontvella en un @FosterHollywood de #Chamartin. Ya no volveré a ir...».

La reacción fue masiva y osciló entre quienes apuntaban que esa marca tiene manantial en Sigüenza a los que subrayaban que embotella en Extremadura, pasando por ofendidos ofendidos ante el boicot a un producto catalán. Entre estos últimos, Julia Otero diciendo que inicialmente pensó que era un «fake»: «Fuiste ministra! Qué espanto!». Duro, pero nada comparado con lo de Pilar Rahola, quien encabezó la manifestación de agraviados y más fuerte cargó. Vaya por delante que Trujillo no es santa de mi devoción, pero tiene todo el derecho a beber el agua que le dé la gana y a discriminar a las empresas que en su opinión apoyan la independencia de Cataluña. Por mí, como si quiere brindar con horchata la próxima Nochevieja. Lo que ya no me resulta igual de indiferente es la reacción de la omnipresente Rahola quien escribió en Internet: «Una ex ministra socialista y doctora en derecho constitucional fomentando el diálogo y la convivencia». Habrá quien diga que no es para tanto, pero lo es y por múltiples razones. Para empezar, choca que alguien tan culto, viajado, leído y articulado como Rahola acabe en el más rancio, excluyente y sectario nacionalismo identitario. Y mucho más que eso, que tenga la desvergüenza de echar en cara a Trujillo que no fomente el diálogo y la convivencia alguien que ni respiró cuando los asistentes a la Diada se hacían selfies con el facineroso Otegi, como si el jefe de la banda que asesinó a 54 catalanes fuera una estrella de rock, o cuando sus conmilitones del PDeCAT, ERC y la CUP aplastaron a la oposición democrática en el Parlament y se pasaron Constitución y Estatut por la entrepierna. Le he estado dando vueltas y lo único que se ocurre es que es un exceso de «autoestima»: Rahola y los suyos son incapaces de ponerse en la piel de 40 millones de españoles.