Alfonso Ussía

El asturiano

La Razón
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Los asturianos pueden nacer donde sea, pero siempre son asturianos. El asturiano del que hoy me ocupo nació en México. Su padre fue un emigrante que encontró en aquel gran país, después de una estancia en Cuba, la riqueza que su tierra natal no le concedió. Y tuvo un hijo, otro asturiano, Plácido Arango Arias, trabajador incansable, gran señor, culto, siempre abierto, que supo ver en España un vacío para llenarlo con su talento empresarial. El Grupo Vips, con más de 350 establecimientos, entre tiendas, cafeterías y restaurantes distribuídos entre España y Portugal.

Lo de siempre en los creadores de decenas de miles de puestos de trabajo. «Como la espiga./ Firme en el suelo,/ flexible al viento,/ duro en la trilla/ y dando pan».

El asturiano con acento mexicano Plácido Arango es un apasionado amante del Arte. Su colección de pinturas, dibujos y esculturas le ha costado muchísimo dinero, pero también es consecuencia de su profundo conocimiento del arte y de la Historia. Personalmente es un hombre tímido, discreto y siempre apartado del mundanal ruido. Su hijo, mi amigo Plácido –Pacho–, Arango me confesó un día que trabajar junto a su padre era un suplicio. –Todo lo hace más rápido, más rentable y mejor que los demás. Para colmo, no admite un fallo, y menos a sus hijos–.

El asturiano ha regalado al Museo del Prado veinticinco obras de arte de su colección. Un prodigioso regalo que ha culminado con dos condiciones. Que se expongan en El Prado –del que fue durante cinco años Presidente del Patronato–, cuando se produzca su fallecimiento y que no quede constancia de su donación bautizando a una sala con su nombre. Nuevos goyas, y zurbaranes, y morales y herreras así de golpe.

El asturiano que nos vino a España después de dos generaciones de emigrantes, ha estado ligado, con tanta discreción como fuerza y generosidad, a la Fundación Príncipe de Asturias, la Real Academia de Bellas Artes y la Biblioteca Nacional. La Cultura de verdad, no la de los subvencionados y desgarramantas. En lugar de recibir del dinero de todos y vivir del cuento, el asturiano ha creado el dinero, los puestos de trabajo y una parte de su riqueza la ha puesto a disposición del sitio de su padre, el emigrante, que es también el suyo. Siempre callado, siempre alejado, siempre señor y siempre noble, en el más puro y estricto sentido de la palabra.

Ahora, que en España tiran y aflojan en lealtades y patriotismo algunos nobles sin categoría para serlo, bueno y recomendable se interpretaría que Plácido Arango Arias –me puede retirar el saludo por proponerlo–, entre en los futuros planes Reales para recibir un poco en gratitud por lo mucho que ha dado a España. Ha dado, ante todo, decenas de miles de puestos de trabajo. Ha dado dinero y Cultura. Le ha dado horas y horas de trabajo en beneficio de sus patronatos y fundaciones. Y le ha dado señorío a todos sus actos. En España somos muy aficionados a los agradecimientos a título póstumo. Plácido Arango no ha creado los puestos de trabajo a título póstumo, sino con su esfuerzo cotidiano durante cuarenta años.

Por mi parte, a este mexicano ejemplar, a este español formidable, a este asturiano que ha honrado las huellas de los suyos y los sueños de sus mayores, no tengo otra competencia que reconocerle a tiempo, y con emoción, su lealtad y generosidad con España. Y desearle que sean muchos los años que transcurran hasta que su donación artística al Museo del Prado, –su Museo–, cuelguen de las paredes del edificio de Villanueva. Joé con el asturiano.