Cristina López Schlichting

El bebé de Charlie Gard

La Razón
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Bajo el hashtag #JeSuisCharlieGard se ha desatado una ola de solidaridad mundial hacia los padres de un bebé británico enfermo que quieren impedir que los médicos de un hospital de Londres desconecten el respirador que su hijo necesita para vivir. Los progenitores han reunido mediante microdonaciones un millón y medio de euros para llevarse al crío a EE UU y procurarle un medicamento experimental, pero los médicos lo impiden.

El cartero postal Chris Gard y su mujer, Connie Yates, los padres de Charlie, están desesperados. Los tribunales ingleses han desestimado su reclamación y el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo tampoco ha querido desautorizar la decisión «compasiva» del centro sanitario, que entiende que es cruel prolongar el tratamiento. Charlie Gard padece una extraña enfermedad degenerativa, un síndrome de agotamiento mitocondrial que apenas presentan 16 personas en todo el mundo. Su estado es terminal. No oye, no come ni respira solo, no se mueve apenas, no sonríe. Nadie ha podido establecer que sufra. Así las cosas, Chris y Connie han localizado un prestigioso neurólogo estadounidense dispuesto a suministrar al niño un tratamiento oral a prueba. El doctor no habla de «curar» a Charlie, sino de mejorar eventualmente su estado, de permitirle mirar y sonreír. Connie Yates señalaba: «Incluso si fallamos, la experiencia con mi hijo podría servir para ayudar en otros casos, no quisiera que ninguna madre ni hijo alguno pasasen por lo que yo estoy pasando».

Pero el hospital no sólo se obstina en apagar el respirador, también se niega a permitir que eso se haga en la casa de los Gard. La airada reacción de la opinión ha movido al Papa Francisco e incluso a Donald Trump a interesarse por el caso y apoyar a los padres. El Papa emitió el pasado 30 de junio un tuit de apoyo tras un comunicado del Pontificio Consejo para la Vida en el que se decía que no se puede provocar la muerte de un ser humano retirándole la asistencia vital ni dejándolo sin bebida ni comida. Gracias a la intervención del Santo Padre, el Great Ormond Street Hospital ha tenido que modificar sus planes de desenchufar a Charlie de inmediato. En estos momentos los padres emplean los días en despedirse del bebé.

La pregunta de fondo de este caso no se refiere a la curación o salvación de un niño gravemente enfermo, sino a la potestad de los padres para apostar por la vida de un hijo incluso contra el criterio de los médicos o el Estado. ¿Desde cuándo sustituye el Estado a los progenitores capaces? En España ha habido dos intentos. Uno de ellos fue la Ley Zapatero en la que se pretendió que las menores abortasen sin el conocimiento de los padres. El otro, la ley LGTBI que propone hormonar a un menor contra la voluntad familiar. Estamos en un proceso de debilitamiento institucional de la paternidad que puede llegar a convertirnos en esclavos de las instituciones. El caso del bebé Charlie Gard lo demuestra.