Marta Robles

El camino de la calma

La Razón
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Tengo infinidad de amigos que, o se han hecho el camino de Santiago andando, en bicicleta, a caballo o a la sillita de la reina o dicen todos los años que se lo harán para encontrarse a ellos mismos. Parece que, al reto de recorrerlo solos o en compañía de otros, se une el sueño de conseguir amansar a la fiera que llevamos dentro y encontrar esa paz que tan a menudo se pierde entre los estreses cotidianos. Hay quien asegura que es el mejor sitio para volverse un mar en calma, sin riesgos, pero es un craso error: incluso en el Camino de Santiago hay malvados ajenos a los buenos propósitos y a las promesas, que se aprovechan de la buena voluntad de los caminantes y de sus debilidades para quien sabe qué. Como ejemplo, la desaparición de la peregrina estadounidense de origen asiático y 41 años, Denise Pikka Thiem, en Astorga, el pasado abril, cuyo caso se acaba de reabrir con la aparición de la pista de un sospechoso; pero también los hurtos más que frecuentes o esas historias de tarados dispuestos a meter mano a las «caminantas» o a masturbarse frente a ellas aprovechando su soledad. La realidad es que tanto la desaparición de Pikka como los incidentes restantes descritos son estrictamente puntuales y casi hay más peligros en el kilómetro cero de la Puerta del Sol que en los tantos bendecidos por el santo, pero aun así conviene que los caminantes tomen precauciones y que el Gobierno se esmere en procurarles seguridad. Sobre todo porque son muchos los extranjeros y españoles que presumen de los beneficios de recorrer ese camino que es sin duda parte de la marca España.