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El cate de la cogorza

La Razón
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No hay cosa que más estimule a un niño que una puntual desobediencia. Basta advertirlos de los males del alcohol o de las bondades del esfuerzo para que sorprendan a sus progenitores más pronto que tarde con una barata cogorza o con un chistoso cate. A la juventud le atraen los paseos sobre el filo. Algo similar sucede con los jóvenes líderes de la remota izquierda. A Alberto Garzón, por atender al ejemplo de un joven político andaluz, se lo oye hablar cada vez más de desobediencias que de propuestas económicas y sociales, más de Thoreau que de Gramsci. Son los trances a los que se ha visto obligado a caer el coordinador federal de Izquierda Unida una vez difuminadas las históricas siglas en el magma ferruginoso de Podemos. Por eso, en la táctica de atraer a los latentes residuos del 15-M y de sus indignados, Garzón no duda en apoyar los movimientos de sus concejales comunistas en los ayuntamientos que se abandonan a la defensa de la desobediencia contra el techo de gasto aprobado por el Ministerio de Hacienda. «¡Obedezcan a lo que digo: desobedezcan!» (Así, Garzón, así se hace, así se construyen los liderazgos.) En esa misma línea se bandea la llamada Red Municipalista contra los «recortes» y frente a lo que ellos denominan «deuda ilegítima», ese dinosaurio que ya estaba allí cuando la «gente decente» se despertaba súbitamente en las poltronas de los consistorios. Por allí vivaquea el inefable Kichi, claro. Al alcalde de Cádiz le atribuyen buenas relaciones con el ministro Montoro, pero no hay algo que más le estimule que jugar a desobedecer. Sabedor de la cantidad de decepciones y de sinsabores que comporta el ejercicio del poder, el demagogo se congracia con los suyos izando la bandera republicana: una barata cogorza, un cate chistoso.