Congreso de los Diputados

El circo del despelleje

La Razón
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Que nadie espere ni la luz ni el triunfo de la verdad en una comisión de investigación creada en el Parlamento. Es tal la neurótica bulimia de los grupos por despellejarse que las conclusiones a propósito de lo supuestamente investigado quedan en muy último término. Lo vivido esta pasada semana tanto en el Congreso como en el Senado y lo que queda por presenciar, además de demostrar que estas comisiones, al menos en España, sirven para bien poco, ha vuelto a evidenciar la pretensión por convertir el Parlamento en un gran escenario televisivo donde importa más «chupar cámara» en la búsqueda del momento de gloria que hacerse acreedores de la confianza del elector. La investigación política se ha demostrado tan proporcionalmente efectiva en el parlamentarismo anglosajón -especialmente en el caso del Senado norteamericano– como roma en nuestro país, con experiencias manifiestamente frustrantes, desde aquella primera comisión de la que pocos se acuerdan, a pesar de los ríos de tinta derramada, creada durante el canto de cisne del «felipismo» a propósito del «caso Renfe» para depurar responsabilidades sobre fraudulentas compras de terrenos de esta empresa pública, pasando por la comisión de los «GAL» o la habilitada para investigar los trágicos sucesos relacionados con los atentados del «11-M». En todas el doble denominador común fue el mismo; la ausencia de elementos que se acercasen a la verdad de lo ocurrido y el aprovechamiento de las comparecencias de personajes de nivel, en muchos casos ya fuera de la primera línea política, para hacer apología del revanchismo cuando no escarnio del compareciente de turno, objeto de un elenco de interpelaciones más encaminadas a la búsqueda del titular mediático que a depurar responsabilidades políticas en caso de haberlas. Es la obsesión no exenta de complejos por tratar de importar al parlamentarismo español cánones de sistemas igualmente democráticos, pero distintos como es el caso del norteamericano.

El bochornoso espectáculo brindado con la comparecencia de los ex tesoreros del PP en la comisión que supuestamente investiga la financiación de esta formación, con la lamentable graduación «cum laude» de actor diputado por Ciudadanos Toni Cantó, y la comisión que paralelamente arrancaba su actividad en la Cámara Alta para verificar que no todos están por la labor de tener que demostrar su inocencia como les exigen a lo demás, arrojan la madre de todas las preguntas sobre la utilidad de estas comisiones –que tratan de indagar en cuestiones diligenciadas paralelamente en los tribunales– y sobre la eficiencia de una labor que donde debería estar volcada es en el debate político y legislativo.

La política española se desarrolla actualmente en un circo o «hemicirco» de tres o más pistas de actividad simultánea. En una manda la función del despelleje del adversario, en otra el espectáculo mediático y en la tercera la búsqueda del poder a cualquier precio. Fuera de la carpa, sin enanos, payasos ni mujeres barbudas, queda la del crecimiento económico ligado inexcusablemente a la estabilidad, pero para esta no hay focos que valgan.