Alfonso Ussía

El Coletas

Ya eurodiputado, lo primero que tendría que hacer el Coletas es frecuentar más su lavado. El lavado de las coletas, su signo de indentidad, símbolo piloso de los indignados, si bien su indignación ha tenido que menguar en estos últimos meses, tan productivos en la recepción de los emolumentos tertulianos de las cadenas de televisión capitalistas. Nada tiene que ver el comunismo radical y estalinismo orgánico con el champú. Si no desea adquirirlo en comercio del ramo, puede perfectamente solicitarlo en los salones de maquillaje y peluquería de la Cuatro y de La Sexta, sus cadenas de televisión preferidas y a las que debe su éxito en las elecciones al Parlamento europeo. No obstante, y para dar ejemplo a sus compañeros de grupo, entre los que destaca el futurible Jiménez-Villarejo, haría bien en adquirirlo en un supermercado, porque 17.000 euros mensuales no dan para mucho, pero sí para un buen lote de champú, incluso de champú importado, de champú francés, que dejaría más ligeras, volanderas y leonas sus preciosas coletillas.

El día de la composición del nuevo Parlamento merece un aseo especial para no caer en el recelo aromático de la mayor parte de los parlamentarios españoles, que según él, y con especial intensidad los que gobiernan o forman parte del partido gobernante «los pies les huelen a franquismo». A partir de ahora, los policías tendrán el deber de cortesía de saludarlo. Los mismos policías a los que el Coletas ha elogiado con sus cariñosas frases: «A muchos policías se les debería caer la cara de vergüenza cuando se convierten en matones al servicio de los ricos», que así piensa el Coletas a estas alturas del siglo XXI.

El Coletas, además de las muy bien pagadas tertulias de las cadenas capitalistas, ha vivido estos últimos años con ayudas financieras de alguna nación islámica y de Venezuela. La muerte de Chávez, su principal protector, le dolió extremadamente, y estableció una diferencia de herida entre el fallecimiento del dictador bolivariano y el de Fraga: «Hace un año, cuando murió Fraga, no teníamos ninguna razón para estar de luto, pero hoy sí. Hoy, los demócratas hemos perdido a uno de los nuestros». El Coletas, cuando habla de los demócratas y su democracia es bastante original: «Democracia es quitarle el poder a quienes lo tienen y repartirlo entre todo el mundo. Eso lo puede entender cualquiera». Cualquiera no, porque los que tienen el poder es gracias a la libre voluntad de los que han votado, según mi humilde opinión. De acuerdo con él, democracia es quitarle el escaño que ha ganado en las elecciones y el sueldo que conlleva y repartirlo entre mi tía Rita y su amiga Filomena.

Además de llevar la coleta limpia, el Coletas haría bien en renunciar en sus intervenciones en el Parlamento europeo a la violencia que transporta en sus acaloradas venas. «Nosotros –los huelguistas–, no somos un ejército, somos una guerrilla en todo caso, pero no queremos dejar nuestros kalashnikov en casa».

Una violencia no exenta de tronchante ironía, buen gusto, mejor educación y regocijante sentido del humor. Cuando fue invitado por primera vez a La Sexta, esa sinrazón empresarial, tuvo el detalle de agradecer el gesto de Atresmedia con estas palabras: «Me dijeron que participar en este programa podía perjudicar a la Institución Monárquica. Mi ego, que ya está bastante subido de por sí, está volando actualmente a la altura de Carrero Blanco».

En fin, que así es el Coletas. El gran beneficiario de la cobardía y la estupidez de las grandes cadenas privadas –y capitalistas–, del sistema al que ya pertenece el pájaro. Al menos, que las lleve lavadas, aseadas, lacadas y acariciables.