Alfonso Ussía

El creyente sacrílego

La Razón
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Dios es la misericordia. Al menos lo es para centenares de millones de seres que viven en los cinco mundos. Los cristianos tienen prohibida la venganza. No sirve volver a la Edad Media, porque en aquellos tiempos la intransigencia y la brutalidad eran las grandes dominadoras de la vida y de la muerte. Dios ayudó a evolucionar a los cristianos, y los derechos del hombre, la exigencia de la paz y el paisaje de la caridad se impusieron a la intransigencia y la violencia. Ese camino de amor no lo perdonan los que confunden su fe con el odio. No se odia a lo que no existe, sino a lo que molesta y perturba porque está ahí, presente, con los brazos abiertos y el perdón preparado. Dios no amenaza, ni asesina a traición, ni siembra el terror, ni riega de sangre inocente los campos devastados. Pero Dios, precisamente por ello, interrumpe la comodidad y la estupidez de los cobardes que se escudan en su paz para herirlo. Lo que se niega obsesivamente es consecuencia de una fe obstinada que infecta el ánimo. El dios de la venganza, del premio al dolor, del abrazo al que hiere se ha quedado paralizado en su siglo. Dios y el humanismo cristiano no han detenido su camino. Y se han producido enormes errores y abusos en su Iglesia, pero gracias a la interpretación de su doctrina, el ser humano ha entendido, que el único trazo de su existencia es el de la armonia.

Machacan a Dios los que no quieren creer. Los sacrílegos creyentes. No siento otra cosa que misericordia y necesidad de perdón hacia ese pobre hombre, el sacrílego creyente, que ha culminado con su salvajada pueril y continuada la mayor ofensa que los seguidores de Cristo podríamos imaginar. No hay odio, ni resentimiento, ni deseo de venganza en mis palabras. Con Alá no se atreve. Los hijos de Alá no perdonan y cumplen con su deseo de venganza. El cristiano responde con su corazón herido en busca de la misericordia.

Se llama Abel Azcona. No Caín Azcona, sino Abel. El Ayuntamiento proetarra de Pamplona le ha cedido un espacio municipal para profanar públicamente a la eucaristía. Él mismo, orgulloso de su perversidad, lo ha escrito en las redes sociales. «Asistí a 242 Eucaristías, y con las hostias cosagradas y guardadas formé la palabra “pederastia”. PerformanceArt». Me intriga y conmueve su obsesión. Él que no cree en Dios, ni en lo que significa una Sagrada Forma, podría hacer formado con 242 hostias sin consagrar la misma estupidez supuestamente artística. Pero no. Es creyente. Sabe que una hostia se convierte en una Sagrada Forma, la encarnación de Cristo en el Pan del sufrimiento y el perdón. Y su envilecimiento obsesivo le lleva a herir a millones de personas innecesariamente. Jesús entra en las Formas que se consagran y lo recuerdan. Y se mantiene en las Formas malígnamente tratadas. Este pobre sacrílego creyente, cobarde y pretencioso, no merece otra reacción que el desprecio y la oración de cuantos nos hemos herido por su necesidad de humillar a Dios. Nos ha humillado a millones de católicos. Y Dios nos recomienda misericordia.

Todo es sencillo. Odio o amor. Venganza o abrazo. Reconocimiento de los errores o empecinamiento agresivo. Mano tendida o insulto.

Este pobre hombre, este ridículo creador de heridas, este sacrílego creyente, no conoce la tibia compañía, grandiosa a veces, cuando se le necesita, de Cristo. Sabe que es Dios, pero lucha contra su fe. Se humilla a sí mismo. Cuando su vida se extinga lo pasará mal. Se sentirá un impostor. Y los cristianos a los que tanto y tan profundamente ha ofendido y sangrado, rezarán por él. No tendrá la suerte de afirmarse hacia el Misterio como el pacífico sueño de un cristiano de amor no discutido, como José María Pemán. «Ni voy a la gloria en pos/ ni torpe ambición me afana;/ y al nacer cada mañana,/ tan sólo le pido a Dios/ casa limpia en que albergar,/ pan tierno para comer,/ un libro para leer/ y un Cristo para rezar».

Para rezar por los creyentes sacrílegos, los malhechores de su propio yo, como el pobre Abel Azcona, que un día, amparado por los defensores de terroristas, se creyó un artista importante.