Cristina López Schlichting

El cura santo

La Razón
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Una miniatura del siglo XIII, fácilmente rastreable en wikipedia, muestra el asesinato de Tomas Becket. El arzobispo tiene hábito y tonsura y está arrodillado delante de un altar, los caballeros lo pasan a espada. La muerte de un arzobispo en el atrio de la catedral de Canterbury, el 29 de diciembre de 1170, resultó tan brutal que de inmediato fue considerado mártir por las multitudes y canonizado tres años después. De veras que es difícil encajar que la escena se haya repetido en el siglo XXI en una iglesia francesa. Santa Teresa de Jesús soñaba de niña con morir mártir, a manos de los sarracenos, y se escapaba con su primo a los cuatro postes de Ávila, buscando el camino a Tierra Santa. Ahora han vuelto los sarracenos, pero ya no hace falta ir a buscarlos.

Los mismos que matan a musulmanes y cristianos en Irak o Siria, en Argelia y Túnez, Afganistán o Somalia han llegado a Europa. Nos advirtió el arzobispo de Mosul, que perdió hace tres veranos su diócesis a manos del Dáesh (hoy es arzobispo en Australia, adonde han emigrado buena parte de sus fieles): «Ayudadnos, paradlos, porque tal vez los tengáis en breve matando entre vosotros». Jacques Hamel era un hombre bueno, que había dedicado la vida a los demás. 86 años tenía y seguía atendiendo a sus hermanos en el confesionario, en las penas y las alegrías, en bautizos, bodas, funerales. Diciendo misa lo pillaron y lo degollaron a espada. Para un cristiano es un timbre de gloria semejante muerte, del altar directamente al cielo. Y a pesar de ello me duele en el corazón el instante de ese viejo mártir en el momento de ser asesinado. Qué pena, por Dios. Lo más hermoso ha sido la reacción de paz de la comunidad cristiana, la profundidad humana del mensaje de Jesús, amad a vuestros enemigos.

Desde el Papa hasta los feligreses de Hamel, todos han reiterado un mensaje de caridad hacia el mundo. Todos han repetido que no se dejarán llevar por el odio. Todos han pedido una quirúrgica distinción entre el islam y los asesinos yihadistas. ¡Cuánta gente buena entre los musulmanes! Qué distinta esta reacción de la ira que siguió a la publicación de las caricaturas de Charlie Hebdo. Los cristianos exigimos justicia, pero entregamos a nuestros muertos sin ira. Con luto y oraciones por los asesinos.

Estoy muy orgullosa de ser cristiana y quería dejarlo por escrito. Una vez más, he reconocido el motivo por el que tener fe no sólo es racional, sino además hermoso, digno, alto. Hoy, como en el siglo I, hombres y mujeres cristianos son degollados como corderos por quienes no toleran la diferencia, los que quieren imponerse con violencia sobre los demás. Y hoy como entonces, el sacrificio es una bandera de libertad y un abrazo a todos los hombres. A nuestros hijos debemos enseñarles la foto de ese cura enjuto y viejo que ha muerto por Jesús. Descanse en paz Jacques Hamel, cura santo.