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El diván de Alsina

La Razón
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Los aledaños del estudio central de Onda cero en el que Carlos Alsina suele sentar a sus invitados recuerdan a la sala de espera de la consulta de un acreditado psiquiatra, incluida esa cierta inquietud propia de los pacientes antes de entrar en la cámara de las medias o enteras verdades y recolocarse en el diván para abrirse al entrevistador entre los recovecos de un elenco de confesiones que, ya sean relativas a la lluvia como método para la bajada en el precio de la luz o las recomendaciones a un presidente para mirarse al espejo entre muchas otras suelen dibujar con cierta nitidez el esquema mental del entrevistado en unas, a veces inesperadas, escalas de valores.

El alcalde de Blanes –en esta ocasión la entrevista no era presencial– se abrió de igual forma a Alsina casi como De Niro con Billy Crystal en su «terapia peligrosa» o Toni Soprano ante su atractiva psiquiatra. Al fin y al cabo no son tan distintas bruscas y súbitas erupciones, no precisamente desde lo más profundo del subconsciente como «en Cataluña se vive de manera diferente al sur. Es como Dinamarca y el Magreb» en el caso del primer edil o «hay trabajos de los que prefiero que se ocupe algún congresista judío, no son para uno de los nuestros» en boca de los entrañables hampones neoyorkinos.

No un dirigente de «PdCat», ni de «ERC» ni de la «CUP», sino uno del «PSC»es quien ha tenido que mostrar lo más sórdido y lamentable del nacionalismo de «RH» nuevamente con la monserga freudiana de los parámetros de «responsabilidad», «esfuerzo» o «compromiso» frente a quienes en lugares ajenos «viven de otra manera», para añadir a continuación y sin inmutarse el mantra de la desafección general hacia Cataluña. Acabáramos. Que Lupiàñez saliera antes de ayer con la lata de gasolina bajo el brazo, como un Eloy Gonzalo más pero de la comarca de la Selva para añadir más grados al conflicto del soberanismo con el Estado viene a sorprender lo justo, teniendo en cuenta que no hace más que seguir la estela de otros alcaldes socialistas en municipios relevantes como Tarrasa, La Escala o Gerona, a quienes pesa más la hipoteca de su bastón de mando con grupos afines al independentismo, que la lealtad hacia un Miquel Iceta más obsesionado con ver a Sánchez en La Moncloa que por verificar por donde le viene el aire en su cada vez más enfrentada y exigua parroquia.

Los sólidos cinturones obreros del socialismo catalán, ese de alma charnega de inmigrantes extremeños y andaluces que bailaban «agarrao» en las fiestas han pasado a mejor vida, pero es que para más inri el «PSC» tiene un problema que también puede ser el de Pedro Sánchez más pronto que tarde y que pasa por supeditar las señas de identidad al «todo vale» en la disputa por el poder. Un –subrayen– nada descartable nuevo tripartito ahora con Esquerra Republicana-En Comú-PSC tras el previsible descarrile del «1-O» podría explicar algunas de las cosas que hoy están pasando.