Fernando Rayón

El esmoquin de Sánchez

La Razón
La RazónLa Razón

Ya he criticado alguna vez las propuestas disparatadas de las campañas electorales. Pero, como estamos en el siglo de la imagen y de la televisión, nunca –que yo recuerde– habíamos visto hacer el ridículo a tantos líderes en la tele con tal de arañar un voto o conseguir una mejor imagen entre el tipo de votantes que a esas horas ven tal o cual programa.

La vicepresidenta del Gobierno se marca un baile tipo «Los pajaritos» para compensar el ridículo que ya otros dirigentes de la izquierda habían cosechado en el mismo programa. Pablo Iglesias y Albert Rivera se pelean por salir en el programa de María Teresa Campos, pues saben que entre sus votantes no sobran los pensionistas y jubilados que, supuestamente, proliferan en este show. Ambos dos aceptan un diálogo-debate a caña abierta para ver quién da mejor imagen y consigue un perfil más benévolo entre los muchos espectadores que ven aquel bodrio grabado y editado. Todo vale con tal de conseguir un voto. Pero no, todo no vale.

La portada que Harper’s Bazaar dedica en su número de diciembre al candidato socialista a La Moncloa, Pedro Sánchez, es una buena muestra de lo que digo. La idea podía ser buena: recrear la mítica portada que protagonizó Steve McQueen hace 50 años. Pero la fotografía de Richard Avedon en 1965 tuvo otro valor: el actor fue el primer hombre al que dedicó su portada una publicación de moda femenina. Hasta las huestes del PSOE han puesto el grito en el cielo ante esa imagen de su secretario general vestido de esmoquin, luciendo pajarita y acariciado por el brazo de una dama convenientemente enjoyada y pintada. Un despropósito.

Algunos amigos me dicen que soy muy antiguo, y que a las señoras les encantará esa imagen. Pero mis tiros no van por ahí. De lo que me quejo es de que, con los problemas tan importantes que se están planteando en esta campaña: independencia de Cataluña, crisis, amenaza terrorista, inmigración... a un candidato –o a sus asesores, lo mismo me da– no se le ocurra otra cosa que vestirse de fiesta y lujo y emular a un actor. No. Es una frivolidad estúpida y, sobre todo innecesaria. Si la levedad del ser era insoportable para algún escritor, a otros nos resulta igualmente insoportable esta trivialización que algunos pretenden hacer de la política.