Cristina López Schlichting

El fracaso de laicismo

La Razón
La RazónLa Razón

Francia es el ejemplo de las pésimas consecuencias del laicismo: guetos abigarrados de gente, en su mayoría musulmana, que cada cierto tiempo estalla en rebelión. Gente que no encuentra en el ágora espacio para su identidad. Y la culpa, en gran medida, es de los poderes franceses y su manía por excluir la religión de lo público.

La inmigración es un fenómeno inevitable, entre otras cosas porque Europa no se ha reproducido lo suficiente. Quien sueñe con la vieja Europa blanca está fuera de la realidad. Por otro lado, la injusticia económica, las guerras y el deseo de sumarse al bienestar occidental están produciendo los mayores desplazamientos de población desde la Segunda Guerra Mundial. La pregunta ya no es si aceptar o no la inmigración, sino cómo integrar a personas con un fuerte componente religioso y un sentido de la transcendencia del que buena parte del Occidente moderno está empeñado en alejarse.

Hay quien cree que las religiones enfrentan y que, por lo tanto, su eliminación evitaría los conflictos. Francia es la prueba de lo contrario. España, en cambio, ha desarrollado un espacio público plural, en el que es posible la convivencia y el diálogo entre las distintas identidades. Pocas cosas más hermosas o ejemplarmente integradoras que una misa en Almería o Ceuta, donde negros y blancos se dan las manos para rezar el Padrenuestro. O los barrios del población mora y cristiana, donde los pasos de Semana Santa se alternan con el Ramadán y unos y otros se felicitan mutuamente.

Encuentro sumamente viejuna la polémica encendida por Podemos acerca de la emisión de la misa dominical por la televisión pública. Todas las confesiones tienen su espacio, porque España no es laica sino aconfesional y la Constitución protege la libertad religiosa. Judíos, musulmanes y evangélicos tienen sus programas y es una riqueza para todos. Y no somos una excepción en Europa. «Wort zum Sonntag» es el espacio religioso de la televisión pública alemana. La RTP portuguesa ofrece la misa. France 2 pone «Les chemins de la foi» y la BBC produce «Songs of Praise». La misa triplica en la 2 la media de la cadena y cumple un papel muy humanitario en el caso de tantos enfermos y ancianos que no pueden desplazarse.

España hace lo que hacen todos los países normales y, en realidad, a Pablo Iglesias le da lo mismo la misa, seamos serios. Lo que le gusta es agitar la bandera del anticlericalismo, que siempre da buenos resultados (o él lo cree) en la Hispania profunda. La Iglesia es Cáritas, que ha atendido a millones de parados en la crisis; es el consuelo y la educación humanitaria que proporcionan las parroquias; es el cura que te acompaña a la muerte. Nada de esto hace mal. Lo que persigue Pablo es la creación de frentes, porque es su forma de hacer política. Ricos contra pobres, ciudadanos contra la casta, mujeres contra hombres, laicistas contra religiosos. La guerra ideológica, qué error.