Restringido

El gallego impasible

La Razón
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Es un hombre que va paso a paso. Da la impresión de que camina a paso de buey, sin mirar a derecha ni a izquierda, sin hacer caso a los alborotos de alrededor. Mariano Rajoy huye de los barullos, es gallego y ejerce. Ama el poder, pero lo disimula. Actúa como desde fuera, como si no fuera él el que lo ejerce. Su aparente impasibilidad irrita a los otros y a los suyos. Le acusan de ser un político inmóvil, parado, sin iniciativa, un político–plasma, un «dontancredo», que confía la solución de los problemas al paso del tiempo que todo lo cura, mientras se fuma un puro. Personalmente tengo mis dudas. Confieso que, junto con Zapatero, es el único presidente con el que no he comido, ni siquiera he tomado café. Nunca he hablado con él, ni le he dado la mano. O sea, que no lo conozco de cerca ni le debo ningún favor. A veces su comportamiento también a mí me exaspera. Por ejemplo, no he entendido que en el peliagudo caso de Cataluña no haya llevado con más decisión la iniciativa política. Pero con Rajoy siempre habrá que esperar hasta el final a ver si se sale con la suya. Vista su trayectoria, a mí no me extrañaría. Él acostumbra a parapetarse en el sentido común frente a la mitificación del cambio, del cambio atropellado, del cambio por el cambio sin pensar en las consecuencias. Es su gran argumento de cara a las elecciones del 20 de diciembre. Si las cosas mejoran, ¿para qué cambiar? ¡Puro sentido común! Está de acuerdo con Leopardi, para el que lo más raro que hay en el mundo, y desde luego en esta alborotada España política, es aquello que es de todos, es decir, el sentido común, el menos común de los sentidos.

El caso es que Mariano Rajoy va ganando todos los pulsos. Primero, los pulsos dentro de su partido, reduciendo a la mínima expresión la oposición interna, incluida la de su antecesor y antiguo valedor, José María Aznar, y manteniendo como una piña la cohesión del grupo parlamentario que sostiene al Gobierno. Ganó el pulso a Rubalcaba, su gran contrincante socialista, que acabó retirándose y dando clase de Física en la Facultad. Está ganando el pulso a la crisis económica, con unánime reconocimiento internacional, frente a los que le conminaban a que solicitara el rescate, y empieza a ganar la ardua batalla del empleo, aunque sea aún precario. Y en la crisis catalana, con una fuerte movilización internacional, promovida desde su Gobierno, los secesionistas no han alcanzado lo que se proponían: la temperatura crítica del no retorno. Su machacona firmeza, hasta el aburrimiento, en defensa de la Constitución y de la unidad inquebrantable de España, se ha mantenido firme frente a equidistancias y concesiones complacientes. A estas horas falta perspectiva para hacer un juicio definitivo del prudente comportamiento del presidente del Gobierno. Queda el tema de la corrupción generalizada en la financiación de los partidos. Es la espina clavada que más le incomoda, la mala herencia del pasado. Pero, por fin, se está haciendo limpieza caiga quien caiga. Habrá que reconocerlo. La prueba que tiene Rajoy por delante no es menor: volver a ganar las elecciones. El gallego impasible tiene asumido lo de su paisano Camilo José Cela de que en España el que resiste gana. La resistencia es su escudo, y el sentido común, su arma callada frente al embate de los políticos impacientes.