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Pedro Alberto Cruz Sánchez

El introductor del coleccionismo

La Razón
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Llama la atención que el impresionismo –rechazado en sus orígenes por el statu quo social como un movimiento de artistas maleantes y subversivos, de cuestionables hábitos vitales– se convirtiera en la piedra angular del mercado del arte, tal y como lo conocemos en la actualidad. De hecho, y pese a todos sus logros estéticos, la inmediata autoridad de la que gozaron los impresionistas vino dada más por la agresiva estrategia de comercialización de marchantes como Paul Durand-Ruel y Paul Cassirer que por el propio influjo de sus enseñanzas en la estructura del gusto de la época. Durand-Ruel concretamente tuvo la clarividencia de comprender el papel que una economía emergente como la de los EE UU iba a jugar en el proceso de legitimación económica de cualquier movimiento artístico. La apertura de una galería en Nueva York, complementaria a la de París, le permitió diseñar una expansión transatlántica del impresionismo, completamente crucial para su consagración histórica. Además, junto con Joseph Duveen –especializado en los maestros antiguos–, Durand-Ruel ha de ser considerado como el introductor del coleccionismo artístico en EE UU. En el origen de algunas de las más importantes colecciones privadas de este país se encuentra un marchante como él, cuyo ejemplo fue seguido poco tiempo después por otro gigante del mercado artístico como Ambroise Vollard y, en una lógica proyección histórica, por otros grandes «dealers» como Peggy Guggenheim, Leo Castelli o, más recientemente, el todopoderoso Gagosian. Desde Duran-Ruel, el valor artístico de una obra está intrínsecamente ligado con su valor de mercado, y ni siquiera la visión más candorosa y romántica del mundo del arte puede obviar tal evidencia. Pese a ello, y aunque en la actualidad son casi 295.000 el número de galerías censadas en todo el mundo, el papel del marchante en la actualidad ha languidecido con respecto a las estructuras multinacionales de las casas de subastas, cuya facturación supera ya el 50% del total de ventas del arte contemporáneo. Conforme crece el mercado, el protagonismo de las grandes empresas minimiza la dimensión de estos «héroes» del arte, cuya función traspasaba con mucho la de la simple venta de una obra artística: se trataba de otorgar un entorno profesional allí donde solo había una voluntad expresiva.