Alfonso Ussía

El Jumbo

La Razón
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Leo que han sido condenados. Las compañías de líneas aéreas que aun mantienen sus «Boeing 747» se apresuran a retirarlos de la circulación. Volando de Madrid a México, vía Montreal, un histórico comandante de Iberia me regaló esta descripción del Jumbo. «Para que un 747 se caiga, el piloto tiene que estar muy identificado con la caída. El Jumbo es el Rolls del Aire». Los primeros modelos tenían la Primera clase en la zona inferior delantera, y una escalerilla por la que se accedía a un salón con bar. Ese salón desapareció para convertirse en la cabina de Primera Clase, con unos asientos amplios que se hacían camas en los vuelos transoceánicos. Volé hacia Buenos Aires y México en el «Lope de Vega» y el «Cervantes», y de retorno a Madrid, a bordo del «Francisco de Quevedo», comprendí por qué los grandes hombres de negocios mantienen tan saneadas sus fortunas. Coincidí en el vuelo con el viejo don Emilio Botín, alto, espigado, siempre muy bien vestido de la mano de cierta exageración, y tan exigente en el trabajo como amable y afectuoso en el trato personal. Nos ofreció Iberia un aperitivo formidable, con unos blinis de caviar iraní tan extraordinarios como abundantes. Después de la cena, el café y las copas, a punto de adormecerse las luces de cabina, don Emilio detuvo el paso de una azafata. –Señorita, ¿ha sobrado algo de caviar?–; –Sí, don Emilio, nos queda una lata. ¿Le preparo unos blinis?–; –No señorita, lo que me gustaría es llevarme la lata, siempre que usted no tenga inconveniente al respecto–: Y ya en Madrid, la azafata le entregó la lata sobrante y don Emilio desembarcó feliz. –Esta noche ceno caviar en «El Promontorio»–, me dijo a modo de despedida.

El 747 ha estado en servicio varios decenios. Era mucho más elegante en su vuelo que sobre tierra. Centenares de ellos han dibujado por todo el mundo los caminos del aire. En un 747 de la British Airways, disfruté del vuelo sin escalas más prolongado de mi vida. Volvíamos de Sudáfrica un grupo de escritores y periodistas, después de ser recibidos por el Presidente De Clerk, el exótico príncipe zulú Mangoshotu Buthelesi, y el farsante Nobel de la Paz –como casi todos los galardonados en Oslo–, Desmond Tutu. En la selva de Sabi-Sabi, limítrofe con el parque Krüger, Antonio Burgos desmitificó el «weldt» de los «afrikaans» de manera contundente: –Esto es como el Rocío, pero con leones–. En aquel vuelo de Ciudad del Cabo hasta Londres invirtió quince horas en cubrirlo el 747, y aterrizamos en la Capital del Imperio británico con una reserva de combustible perfectamente trasvasable a un mechero «Bic».

En los 747 se ha amado y procedido al fornicio más que en ningún otro modelo de la aviación. Era tal la pasión que demostraba una pareja de amantes, que ante la posibilidad de un período con turbulencias, y por indicación del comandante, la azafata anunció al pasaje: « Señoras y señores , les rogamos que se abrochen, por su seguridad, los pantalones».

Ahora han salido auténticos monstruos, ciudades volantes que van y vienen, pero ningún modelo nuevo le roza en calidad y prestigio al Jumbo. El Jumbo planeaba, el Jumbo se corregía a si mismo, y un vuelo en un Jumbo de Iberia era un entrañable y cómodo viaje en tu propia casa. Claro, que aquellos antiguos comandantes y los sobrecargos, y el personal de cabina de Iberia era inmejorable. Se cuenta que el comandante Rafael Castillo, procedente de Bogotá, se vió obligado a aterrizar en Tenerife para desembarcar a un pasajero que había sufrido un infarto. Cuando apagó los motores y llegó hasta el avión la ambulancia, el comandante Castillo, a viva voz, preguntó al conductor de la misma.¿Está usted seguro de que esto es Tenerife? La broma no gustó a un camuflado viajero que formaba parte de la plantilla de inspección de Iberia, y el comandante fue sancionado.

En su aspecto exterior, la aeronáutica no ha evolucionado en exceso. Con 13 años volé en un Carabelle a Londres. De ahí se saltó al DC-9, que duró más que Manolita Chen. Del precioso Super Constellation de cuatro motores, se saltó al DC-8, el DC-10 y al Jumbo. Y ahora nos lo quitan por viejo. Ya quisieran muchos viejos mantenerse con ese poderío. Con el Jumbo se despide el romanticismo, la comodidad y una seguridad casi plena en las largas travesías.

Y una generación de personas que con su amabilidad y servicio consiguieron que viajar fuera un placer.