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El más guapo y simpático de la saga

La Razón
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Del sinnúmero de actores que dio el cine inglés, Roger Moore fue el galán de belleza más espectacular. Nunca se había visto en el cine alguien como él. Lo atestigua una de sus primeras películas como protagonista, «Promesa rota» (1959). En ella es a un romántico capitán inglés que llega a España para luchar contra las tropas napoleónicas y seduce a una novicia, que enamorada abandona el convento. Para evitar el escándalo, la virgen baja de su pedestal y la sustituye. Además de poseer una guapeza magnética, del estilo de Rock Hudson y Paul Newman, tenía una virtud de la que carecían la mayoría de los galanes románticos, sentido del humor. Una distancia crítica que convirtió en uno de sus rasgos característicos. A su apostura, añadía una sonrisa encantadora, una mirada irónica y un tanto lasciva, aderezada con el típico cinismo suave del humor inglés. Roger Moore fue una estrella límpida y risueña, carente de doblez y con un encanto arrebatador, adecuado para interpretar papeles de galán en los años del triunfo del arte pop, el «swinging London» de los Beatles, el Mini y la minifalda. Muy pronto abandonó los papeles que lo encasillaban en hieráticos galanes y dejó Hollywood, donde nunca logró triunfar, y volvió a Europa para interpretar a Romulus en «El rapto de las sabinas»(1961). El golpe de suerte fue incorporarse en la fase final de la serie americana «Maverick», interpretando al bello Beauregard. Para el papel adoptó el aire de apuesto galán cínico y seductor que tan buenos resultados le había dado a David Niven. El exitoso resultado fue la antesala del papel que lo convertiría en una gran estrella mundial en 1962: «El Santo». Una de las series televisivas inglesas más populares de la era dorada. Su imagen con el halo nimbando su cabeza es tan pop como la portada del «Sgt. Pepper’s» de los Beatles. Durante los años sesenta fue Simon Templar, aristocrático playboy metido a detective. Si James Bond, al que confunden en un capítulo premonitorio, tiene un Aston Martin, El Santo conduce un espectacular Volvo P1800 blanco, con matrícula ST1. «El Santo» tuvo tal éxito fuera de Gran Bretaña que se emitió en sesenta países entre 1962 y 1969. Con el cambio de década, Roger Moore estaba a punto de cumplir los 50 años, tres años más que Sean Connery cuando abandonó el papel de James Bond. A estas alturas de la saga, la interpretación de Connery había pasado de irónica a autoparódica. Detestaba el personaje y lo dejó a la quinta entrega, sustituido por el australiano George Lazenby en «Al servicio de su Majestad» (1969), pero la productora tentó a Connery con un contrato millonario y aceptó por última vez en «Diamantes para la eternidad» (1971). Quedaba mayor y el bisoñé le daba una aire un tanto casposo, así es que buscaron a Roger Moore para continuar la franquicia comenzada en 1962, justo el año de inicio de «El Santo». Entre 1973 y 1985, Moore fue el James Bond más guapo y divertidamente pop de cuantos lo han interpretado, exceptuando a Pierce Brosnan, cuya carrera televisiva con su popular «Remington Steele» en los años 80 y su aceptación de sustituir a Timothy Dalton como James Bond en los 90, guarda muchas similitudes tanto con la de Roger Moore como con la de David Niven, intérprete de James Bond en la paródica «Casino Royal» (1967). Roger Moore apenas varió su interpretación de Simon Templar para James Bond, convertido en un fantasma cultural cuyos estilemas habían quedado fijados hasta Daniel Craig: un hombre de acción inmutable, elegante y seductor; irónico y mujeriego; machista y arrogante; duro e impasible. Moore le añadió simpatía a raudales, combinando el aire de autoparodia de los últimos filmes con una cierta burla y distanciamiento del personaje. Lo cierto es que, aunque el personaje envejecía con Roger Moore, éste lo había dotado de un aire despreocupado y simpático, acentuando el carácter sofisticado y ligero del personaje, lejos del hieratismo y seriedad de Connery. Los años del James Bond de Moore fueron quizás malos para los fans de 007 pero excelentes para el gran público, que veían en él superpuestos tanto al guapo Simon Templar como al eficaz Bond, con licencia para seducir a bellas mujeres en entornos exóticos, utilizar los más divertidos gadgets y reírse de sí mismo sin que el sarcasmo afectara a las disparatadas aventuras de este agente secreto que lograba con una sonrisa enarcando sus cejas vencer a los malvados. Su carrera, a la postre, se reduce a dos personajes, El Santo y James Bond, que en realidad son uno solo: Roger Moore. El actor no tuvo la oportunidad de cambiar de registro. Era tan eficaz siendo Roger Moore que no dudó en parodiarse en una divertida comedia gay, «Boat Trip: Este barco es un peligro» (2002), como el aristocrático gay Lloyd Faversham.