Pedro Narváez

El miedo sí que es libre

La Razón
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Los falsos valientes aparecen por doquier, como bolardos que no dejan pasar el verdadero sentimiento que esconde el duelo. El miedo es libre, tanto que alcanza hasta a la Cup: ninguna de sus estrellas apareció por el paseo del horror haciendo gala de esa solidaridad que arrastran como cadena perpetua. Como tantos otros, tengo miedo. Más aún cuando el independentismo empieza a enseñar la patita. Para echarse a temblar. Pero sobre todo tengo miedo de que vuelva a ocurrir. En Barcelona o en cualquier otro lugar donde los niños levantan castillos de arena.

Tarde o temprano pasará, de la misma manera que se repiten los terremotos con réplicas aún más fuertes. Con la diferencia de que los accidentes naturales se toman con resignación mientras que los atentados provocan una rabia que uno creía agazapada. Europa piensa que el yihadismo es como la estación de los monzones, que todo lo destruye a su paso, y se encoge de hombros, alienta eslóganes ridículos de ánimo y arma una liturgia del dolor coreografiada con dibujitos y memeces. Algún día caeremos en la cuenta de que ese buenismo compasivo es nuestra condena de muerte, y que en lugar de versos tendríamos que haber dedicado algún escupitajo a la inacción. Dicen que nunca nos derrotarán, como si pronunciar un deseo bastase para que se cumpla. Volverán los malos y nos pillarán como a Blancanieves con un pajarito coloreado en la mano. Estos miserables se aprovechan de la apatía de una sociedad que se encabrona con estigmas ridículos para matar el aburrimiento de su opulencia y pone sordina a los auténticos problemas.

Una buena parte de Cataluña es un nido salafista de donde vuelan pajarracos infectos; sin embargo, se pierde el tiempo en ruedas de Prensa tensionadas por la cuestión lingüística. La sola imagen del pequeño australiano postrado en Las Ramblas invita a una guerra interior contra el enemigo, pero algunos prefieren polemizar con una manifestación de la que hoy no se sabe si será un acto de unidad y condena o una exaltación patria por lo bien que se ha realizado un trabajo que deja luces y también sombras. Nunca se ganarán batallas mientras se resquebrajan las piezas de un puzle. Por eso, y por otras tantas cosas, tengo miedo. Volver a la normalidad es aguardar a que nos golpeen con más fuerza. Volver a la normalidad es una insensatez. Claro que las víctimas se merecen flores y velas en un altar torturado, pero si realmente sintiéramos piedad por ellas habría que remangarse como un solo hombre y auscultar qué está pasando en rincones oscuros donde la religión sirve de excusa para una masacre. Eso sí que nos haría ser independientes. Por el momento estamos secuestrados. Y con miedo.