Estados Unidos

El muro de Obama

La Razón
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Una de las propuestas más criticadas, y con razón, de Donald Trump ha sido la construcción de un muro en la frontera entre EE UU y México. En realidad, el magnate neoyorquino sólo busca concluir una barrera anti-inmigratoria que comenzó a erigir Bill Clinton durante su período presidencial. Los demócratas se han rasgado las vestiduras contra el discurso xenófobo del republicano, pero su historial de ataques a los inmigrantes no se ha quedado atrás. De hecho, la última canallada con la que se ha despedido Obama ha sido la derogación de la política «pies secos, pies mojados», por la que se permitía que permanecieran en suelo estadounidense las víctimas del socialismo castrista que atravesaran el Estrecho de Florida arriesgando su vida. A partir de ahora, y a menos que Trump lo remedie, los cubanos que escapen de la isla-cárcel y busquen refugio en Miami serán deportados de nuevo a la prisión castrista por las autoridades estadounidenses. No es que hasta la fecha Obama le hubiese facilitado la vida a los exiliados cubanos: todos aquellos balseros que eran apresados antes de pisar suelo estadounidense ya estaban siendo colocados en manos de la tiranía castrista. Sin ir más lejos, durante la primera semana de 2017, el Servicio de Guardacostas de EE UU «repatrió» a 150 balseros interceptados en el Estrecho de Florida. Obama sólo acaba de dar un paso más allá prometiendo deportar incluso a aquellos que tengan la suerte de alcanzar la costa de Miami. La medida, por cierto, apesta a represalia hacia la comunidad cubana de Florida por haber dado masivamente su apoyo a Trump en las presidenciales: un indecente gesto de autoritarismo que, sin embargo, no ha recibido denuncia alguna por la mayor parte de la bienpensante prensa occidental. Al contrario, no han sido escasos los medios que han destacado la altura de Obama como estadista al ceder ante las presiones de la dictadura cubana: por lo visto, cuando las deportaciones de ilegales las ejecuta un presidente socialdemócrata al «diktat» de una sangrienta autocracia socialista, éstas devienen legítimas. El Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, se despide construyendo un nuevo muro entre Cuba y EE UU para satisfacer la vocación represora del castrismo. ¿Con qué legitimidad moral criticarán los feligreses de Obama a Trump cuando concluya el muro con México y repatríe a ilegales? Vergonzosa doble moral.