César Vidal

El músico que no se malogró

La Razón
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Hace un par de días, realicé un peculiar experimento. Pedí a una amiga que identificara una pieza de música clásica y que la calificara de uno a diez. Quiero adelantar que se trata de una persona de cultura muy superior a la media, que toca piezas clásicas al piano de manera notable y que posee un conocimiento musical sobresaliente. No estaba segura mi amiga de la autoría aunque apuntó a la posibilidad de Vivaldi. La calificación otorgada fue la máxima. Su sorpresa resultó mayúscula cuando le descubrí que el autor de la partitura era Federico II de Prusia. De manera inmediata me dijo: «¡Qué genio perdió la música!». La verdad es que Federico nunca quiso ser rey. Dotado de una capacidad intelectual extraordinaria, tocaba magníficamente la flauta travesera, compuso sinfonías y conciertos no por desconocidos menos notables e incluso proporcionó al mismísimo Juan Sebastián Bach una melodía que el supremo compositor utilizó para varias de sus obras. Todo ello por no hablar de que hablaba media docena de lenguas vivas – entre ellas el español– y que podía leer en latín, griego clásico y hebreo. Añádase que sus escritos filosóficos ocupan varias decenas de volúmenes. ¿Se malogró Federico? No lo creo. Aunque se vio obligado a adoptar decisiones difíciles y a colocarse vez tras vez al frente de su ejército, lo cierto es que, durante su reinado, Prusia se consolidó como un país que sobreviviría ya que, al igual que el Israel actual, una derrota bélica podía significar su desaparición. Federico II, obligado a ser soldado y a combatir, no fue únicamente el mayor genio militar de su época y uno de los más grandes de la Historia. Como gobernante, reformó las leyes de manera justa y progresista; impulsó la economía liberalizándola y orientándola; amparó la cultura y la educación de su pueblo y modernizó la nación hasta colocarla a la cabeza de Europa en muchos aspectos. A decir verdad, fue así porque Federico II colocó los intereses de Prusia muy por encima de los nacionales, circunstancia, por cierto, que derivó en algún disgusto familiar. Puesto a escoger entre ser un brillante sucesor de su muy admirado Bach o servir a su país, optó por lo segundo a sabiendas de todo lo que sacrificaba. Precisamente por eso, con todos los matices y observaciones que se puedan realizar, Federico no fue el músico que había soñado ser, pero no se malogró. Por el contrario, la Historia le dio muy justificadamente el apelativo de Grande.