Enrique López

El nacionalismo inútil

La Razón
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Es imposible sustraerse a lo que está aconteciendo en Cataluña, mas este foco de atención corre paralelo al ansia de que el tiempo transcurra más rápido, algo así como si algunos se hubieran conjurado en la necesidad de envolver a Cataluña y al resto de España en un problema como mero instrumento hacia un fin, una negociación desde el abismo de la ruptura, pero lo antes posible. Por ello, pudiendo ser conscientes del riesgo que se corre, quieren que pase cuando antes la fecha determinada por el 1 de octubre, porque no lo conciben como objetivo en sí mismo, conscientes de su absoluta inanidad y futilidad, sino como un medio para que el coste político de la no celebración del referéndum sea el más alto posible para los que consideran enemigos, y así, partir de una mejorada posición ante una futura negociación. Sea lo que sea, el problema es que, cuando se inicia la senda de la ilegalidad,enfrente no hay un enemigo o adversario, tan solo un muro compacto que se denomina ordenamiento jurídico, nada más y nada menos. Ahora bien, igual que en mi último artículo destacaba a esa mas de la mitad de ciudadanos catalanes que no han votado opciones políticas que apoyan las leyes de ruptura, no se puede despreciar a la otra casi mitad que, si los apoyan, y ello, que en momento alguno puede suponer la más mínima disculpa para la no aplicación la ley con todos sus efectos, si se debe tener en cuenta en un contexto democrático basado en el dialogo y la búsqueda de soluciones. Pero hacia este fin no se transita bajo la ilegal coacción, al contrario, el grado de legitimidad democrática que se puede tener para asistir a cualquier tipo de dialogo se pierde y esto, además de ser una derrota, supone una nueva frustración para mucha gente que de buena fe cree en una causa, aun artificialmente insuflada por políticos que piensan más en su futuro y acomodo personal que en lo que más le conviene a la sociedad. Dividir a la sociedad como se ha hecho en Cataluña es además de un acto irresponsable, un acto lesivo dirigido a abusar de la buena fe de la gente, a la cual se la acostumbra a celebrar derrotas y a vivir en una permanente frustración, que la vida diaria no entiende, para así mantener viva la reivindicación política que sirva de acomodo a muchos que no sabrían hacer otra cosa. Decía Miguel de Unamuno que «el nacionalismo es la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia». Ante procesos de unión como el europeo, basado en una cohesión de estados de derecho más que de naciones, exacerbar al nacionalismo particularista, basado como decía George Bernard Shaw en que «el nacionalismo es la extraña creencia de que un país es mejor que otro por virtud del hecho de que naciste ahí», es una incoherencia diacrónica. Comparto plenamente la frase de Camus «amo demasiado a mi país para ser nacionalista». Del nacionalismo supremacista, en este caso pretendidamente cultural, a la negación de libertades, solo hay un paso.