Literatura

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El Nobel rockero

La Razón
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Como en los concursos de televisión, la Academia sueca deja para el final el plato fuerte. En la serie de premios, la guinda se la lleva el de Literatura, porque si bien leemos poco, menos sabemos aún de física, química o de la teoría de los contratos por la que dos eminencias se han llevado el de Economía, la categoría que menos se entiende. Si alguien mereciera el Nobel de Economía no estaríamos en perpetua crisis, peleando por una solución ideológica alrededor de lo que se supone que es una ciencia. Que la ideología tenga sentido quinientos años después de Galileo está fuera del tiempo. La Literatura es otra cosa, pues normalmente no aspira a cambiar el mundo, salvo algunos imbéciles que creen que por juntar letras con cierto estilo se le abren las puertas del cielo. Es lo que les pasa a los miembros de la muy honorable Academia sueca, que embadurnan el arte con una explicación tan ridícula que diríase que no han leído más que la etiqueta del gel en el baño. Pocas cosas hay sin embargo tan sublimes como enhebrar palabras hasta que te descosan los ojos, bellas de por sí no porque nos ayuden por ejemplo a entender la caída del régimen comunista o el populismo iberoamericano. Más que Literatura, los académicos buscan teorías y el que no la tiene o no se la fabrican se queda siempre a un paso de la gloria. Delibes se murió sin que le dijeran por ahí te pudras cuando pocas veces se ha escrito un castellano tan cristalino. Pere Gimferrer emociona tanto que duelen las tripas. Juan Marsé tendrá mejores párrafos de los que pueda imaginar para defenderse ante un jurado literario. Y así. Estos premios institucionalizados son una lotería de lo políticamente correcto incluso dentro de la transgresión. Ya me extrañó que un liberal como Vargas Llosa se alzara con el galardón. Si llega a estar con la Preysler se queda sin premio. Un Nobel debe ser por lo general un ser sufriente y cortapunto. Un Dylan. Escribe como dios. Pero no basta. Si Dylan fuese de Cuenca en vez de estadounidense, con esa carga histórica de abroncar a la clase media, estaría colgado de un puente de Minnesota. A veces lo peor que le puede pasar a un escritor es que le concedan el Nobel. Se pasa un año dando conferencias o vende los derechos de sus obras maestras al cine. Como Alice Munro con Almodóvar. Este año se han superado. Bob Dylan, «por crear nuevas expresiones poéticas en la tradición de las grandes canciones norteamericanas». Doctores en poesía habrá que diluciden si lo merece pero hay cientos que esperaron ayer la llamada de teléfono, a que los dieciocho guardianes de la Academia se dieran la vuelta como los «coaches» de «La Voz», que salvo alguna excepción son la consecuencia de una mediocridad millonaria. Dylan es excelencia musical pero hasta ayer pensaba que el Nobel de Literatura era otra cosa. Ya empalagan los panegíricos al trovador, al que comparan con Homero. Lo mismo se canta que se recita. Los académicos se vistieron de abuela rockera y se creyeron modernos por una mañana. Los tiempos están cambiando desde luego.