Historia

Alfonso Ussía

El peligro de las fábulas

La Razón
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Escribí en el semanario «Época» de Jaime Campmany de un balneario imaginario ubicado a orillas del río Kiffloej en el sureste de Islandia. El Kiffloej, de aguas volcánicas y tibias, formaba un remanso llamado el Kufluj. Y escribí que Antonio Mingote, Jaime Campmany y José Luis Martín Prieto viajaron hasta allí para perder algunos kilos. El sistema era sencillo. Rociaban sus cuerpos con escamas de hembras de salmones, y se lanzaban a las aguas calientes donde habían de permanecer veinte minutos. Transcurrido el tiempo reglamentado, salían del agua con quince kilogramos de menos. Una noche me llamó Antonio, alarmado. –Alfonso, no sé qué hacer. Esta tarde, en la reunión de la Academia, Torcuato Luca de Tena me ha pedido las señas del balneario que te has inventado, y no me atrevo a decirle que es una broma–. Al siguiente día, la llamada vino de Jaime Campmany. –Estoy metido en un lío. El ex ministro Mortes Alfonso, presidente en la actualidad de Nestlé, que nos compra todas las semanas una página completa de publicidad quiere con urgencia el número de teléfono del balneario. Se lo ha pedido a mi secretaria, mi secretaria no ha sabido responderle, y está mosqueado. ¿Cómo le voy a decir que es un pichón y que ése balneario no existe?–.

Escribí, también en «Época», una historia de venganza. Que Antonio Mingote había seducido con cínicas artimañas a la princesa de los cururúes, una etnia amazónica que vive a orillas del río Tapajós. Y que se la había ventilado, quedando ella colmada de placer y esperanzas. Y que aprovechando la noche, escapamos en una cuyara –piragua india–, del poblado, llegamos hasta Manaos y nos embarcamos en un avión que, vía Río de Janeiro, nos depositó en Madrid. Ante tamaña afrenta, la princesa ordenó a seis guerreros de la tribu que llevaran a cabo la más sangrienta venganza. Y los seis guerreros se plantaron en España. Vigilaron la calle de Samaria, donde vivían los Mingote, y al no poder lanzar sus flechas contra Antonio por lo mucho que trabajaba y su desorden horario callejero, lo hicieron contra Isabel Mingote, en el aparcamiento de un supermercado. Y una flecha atravesó el muslo derecho de Isabel, con la fortuna de no dañar nervios y articulaciones sensibles. Al término del artículo tranquilizaba a los lectores. Isabel estaba molesta con la herida, pero fuera de peligro.

Y tembló el teléfono en casa de los Mingote. –He leído lo que cuenta Alfonso Ussía, y me tienes a tu completa disposición, Isabel. Cuando la herida sane, organizo una cena para celebrar tu curación. Un abrazo muy fuerte–. Era Camilo José Cela, el portentoso Sumo Sacerdote de nuestras Letras y Premio Nobel de Literatura.

Aprendí que las fábulas pueden engañar a muchos, y lo que es más grave, a muchos de los más inteligentes. Hace pocos días, en estas páginas de La Razón, hice mención a la existencia de un Real Archivo de Monas en Gibraltar. En estos días de la Semana Santa se mueven los españoles por todas partes. Hay barullo en los desplazamientos. Y un gran amigo mío, ilustre abogado y singular empresario, decidió desde su casa de Sotogrande visitar Gibraltar. Y ya en Gibraltar, preguntó a un policía por la ubicación del Real Archivo de Monas. El policía, muy amable, se hallaba inmerso en una gran confusión, y con su perfecta pronunciación llanita, le respondió: –No le puedo indicar dónde está ese Real Archivo de Monas. Lo que sí le garantizo es que llevo veinte años de policía en Gibraltar y nunca me habían preguntado por él. Y en los últimos días, se han interesado por el Real Archivo de Monas una decena de turistas como usted–. Como mi amigo abogado es persona dotada de un alto sentido del humor, me ha llamado para decirme que jamás había hecho un ridículo tan grande, que cada vez que recuerda el suceso se retuerce de la risa, y finalmente, que soy un cabrón.

Somos, los españoles, muy crédulos e inocentes. Nos creemos todo. Claro está que no es lo mismo una mentira que una fábula creada para la diversión. Si un académico, poeta y gran periodista como Torcuato Luca de Tena, y un empresario y ex ministro como Vicente Mortes Alfonso se creen lo del balneario del Kiffloej y el Kufluj, y un Nobel de Literatura se interesa por la pierna herida de Isabel Mingote como consecuencia de la venganza del pueblo cururú, la cosa da que pensar. Si un importante abogado pasa la frontera de Gibraltar para visitar el Real Archivo de Monas, da que pensar con más fuerza. Si cuatro personajes inteligentes, cultos y formados se creen esas fábulas ¿cómo no lo van a hacer esos millones de analfabetos que afirman que la Bandera de España es la de Franco, que la Segunda República fue ejemplar y que Cataluña es una nación?

El peligro de las fábulas.