Restringido

El poder

La Razón
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«Señor –replicó Sancho–, yo imagino que es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado». Lo mismo piensa el socialista Pedro Sánchez. Y no le anda a la zaga el podemita Pablo Iglesias. Éste lo lleva hasta en el nombre del partido, o lo que sea. Lo que les importa a ambos es la erótica del poder. Después ya se verá. El programa y los principios eran verdes y se los comió un burro. Y si para conquistar el cielo tienen que unir fuerzas –por supuesto, «fuerzas progresistas y reformistas», aunque parezcan dispares y hasta disparatadas–, se repartirán las carteras y no habrá más que hablar. En eso andan. Cuentan con la mansedumbre del pueblo, a la hora del reparto, y con el beneplácito del correspondiente hato de ganado, que en un caso se reúne –o se reunía– en círculos, y en el otro, en comité federal y casas del pueblo. Ninguno de los dos ha leído probablemente lo que dice Nietzsche en «El crepúsculo de los ídolos». Por si acaso, se lo recuerdo: «Llegar al poder se paga caro: el poder vuelve estúpidas a las personas». Incluso antes de conquistarlo. Y, según parece, acostumbra a meter al poderoso en una dulce burbuja, que suele acabar oliendo mal y que termina por destrozarle la vida.

Llegar al poder lo pagó caro Adolfo Suárez, que por los muchos trabajos y sufrimientos, perdió hasta la razón y la memoria. No le fue mejor a Felipe González, que acabó envuelto en corrupción y pisándose las ojeras. No digamos José María Aznar, que aparece ahora convertido en una caricatura de sí mismo. Tampoco terminó bien el pobre Zapatero, rehuido hasta de su propia gente y del que quiere tomar el relevo Pedro Sánchez, válgame el cielo, confiando en la desmemoria colectiva. Y ahí está el gallego Mariano Rajoy, al que le cuesta apearse del burro y que es tratado estos días como un muñeco de carnaval, por más esfuerzos que haga, como ayer mismo con Albert Rivera y hoy con el tal Sánchez, por mostrarse prudente y razonable. Seguirán manteándolo en el corral de la venta como a un muñeco de trapo hasta que salga de La Moncloa. Parece claro que en España triunfar en política o en cualquier otra ocupación se paga caro. Sorprende que, sabiendo esto, aún haya voluntarios para la investidura.