Demografía

El problema demográfico

La Razón
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Si no fuera por el disenso que se deriva de la extraordinaria fragmentación política que se registra actualmente en España y porque los independentistas catalanes están irrevocablemente empeñados en provocar un problema político de enorme trascendencia, no cabe duda de que el problema demográfico habría encontrado un hueco en la agenda de los partidos. No es así, aún a pesar de que los datos que año a año vamos conociendo son alarmantes y muestran que los devastadores efectos de la termita demográfica –como acertadamente la designó en su día Joaquín Leguina– ya están entre nosotros. En los dos últimos años los nacimientos fueron menores que las defunciones. Además, como fruto de un saldo migratorio negativo, desde 2012 el país ha perdido casi trescientos mil habitantes, empequeñeciéndose su mercado. Anotemos asimismo que, en el último año, mientras que 471.000 personas alcanzaron la edad de jubilación, sólo 436.000 llegaron a la edad de trabajar. Y, por cerrar el panorama con una negativa, pero realista, visión de futuro, digamos que cuando los 408.384 españolitos que nacieron el año pasado lleguen a la edad adulta, se estará retirando del mercado laboral una generación que suma 677.456 personas –o sea, un 66 por ciento más numerosa que la actual–.

El problema de la demografía es que, aunque sus síntomas son actuales, sus secuelas se manifiestan al menos con un retardo de veinte o veinticinco años. Y por eso los políticos le prestan tan poca atención, pues hagan lo que hagan, ello no servirá para ganar elecciones y, por tanto, preferirán dedicarse a otros asuntos. Además, siempre existe un cierto margen de incertidumbre sobre el futuro porque, sencillamente, no es posible preverlo todo. Por ejemplo, no sabemos si nos espera alguna epidemia catastrófica que eleve la tasa de mortalidad, como ocurrió en 1918 con la gripe española o en la década de 1980 con la pandemia del sida. O si habrá cambios culturales que revaloricen la función reproductora entre las mujeres. O también si nuestras sociedades occidentales acogerán más oleadas migratorias procedentes del mundo subdesarrollado. Aun así, el problema está ahí mostrando sus preocupantes dimensiones que nos obligarán, sobre todo, a replantearnos las bases del Estado del Bienestar: pensiones, sanidad, educación, atención a los mayores y dependientes, lucha contra la pobreza.

No cabe duda de que la raíz básica del problema está en la baja fecundidad. En España, las encuestas nos dicen que la mayor parte de las mujeres quisieran tener dos o tres hijos, pero sólo tienen uno. Desde 1981 la fecundidad ha descendido estrepitosamente y su nivel es actualmente muy reducido. Las causas son complejas y tienen que ver con la revalorización del papel de las mujeres en la sociedad. Pero ésta se ha organizado deficientemente, especialmente en el terreno laboral –donde hace falta más protección y respeto hacia la maternidad–, en el cuidado de los niños –donde se requieren más escuelas infantiles gratuitas– y en la estrechez de los subsidios familiares. Y esto puede arreglarse con un esfuerzo razonable.