Enrique López

El puente de los espías

La Razón
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El exacerbado nacionalismo ha vuelto a llevar a España a una difícil situación, deseada por unos pocos, pero a lo visto inevitable –debe ser aplicado el art. 155 de la Constitución–. Los que creemos en la Ley estamos tranquilos dentro de la preocupación, puesto que la propia Ley ofrece la solución al desafío. Algunos deben tener claro que no se puede disponer del Estado de derecho por razones de oportunidad, dependiendo de cuál sea la actitud de los que incumplen sus obligaciones. Nadie puede disponer ni mercadear con las consecuencias de la Constitución como una suerte de elemento de negociación. Esto no puede estar en la agenda de alguien que crea en los presupuestos de nuestra Democracia. Poder y derecho están unidos, pero no son lo mismo. En un sistema democrático no se puede admitir que el ejercicio del poder pueda adueñarse del ejercicio del derecho, y máxime cuando va en contra de nuestra Democracia en su esencia. En este contexto –que nadie dude–, no se puede poner al Poder Judicial al servicio de nada que no sea el cumplimento de la ley, y por ello, nunca podrá estar sobre una mesa de negociación política las consecuencias que la ley anuda indisolublemente unidas a acciones y omisiones previstas en la norma. El otro día tuve la oportunidad de escuchar un pasaje de la película «El Puente de los Espías», cuando un agente del FBI intimida al abogado A James B. Donovan que pretendía conseguir para un espía soviético un juicio justo, diciéndole: -Necesitamos saber. No vaya como un boy scout. No hay libros de reglas aquí. A continuación se produce el siguiente dialogo: -¿Eres el agente Hoffman, no? -Sí.-¿Origen alemán?-Sí... ¿y? -Mi nombre es Donovan, irlandés, por ambos lados, madre y padre. Soy irlandés. Usted es alemán. Pero... ¿qué nos hace americanos? Una sola cosa, una. El libro de reglas. Lo llamamos Constitución y estamos de acuerdo con las reglas, y eso es lo que nos hace estadounidenses, por lo que no me digas que no hay libro de reglas...» Y esto es lo que ocurre también en España, podemos ser vascos, leoneses o catalanes, pero lo que nos hace españoles es nuestro libro de reglas, nuestra Constitución, y nadie se la pueda apropiar, y menos en su nombre desplegar pretendidos derechos a decidir sobre algo que no puede decidir más que el pueblo español. Resulta paradójico que aquellos que han tratado sin éxito de fusilar la Carta Magna en su totalidad pretendiendo la independencia de Cataluña, acudan previamente a los tribunales amparándose en la propia Constitución para que se declare que las consecuencias que la norma magna prevé ante los incumplimientos de la misma son inconstitucionales, todo un oxímoron. Pero todavía resulta más paradójico que algunos pretendan negociar consecuencias legales que sólo dependen del Poder Judicial, el cual goza de una independencia y sometimiento a la ley, que parece pretenden negar. Los que creemos en la democracia de verdad y en la Ley estamos tranquilos, pero no cabe duda de que ayer hemos asistido a uno de los días más dolorosos en nuestra reciente historia democrática. Saldremos reforzados.