Cristina López Schlichting

El racismo

La Razón
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Ya está aquí, ya lo han conseguido los yihadistas. El racismo y el odio al islámico se han implantado en Europa, el continente que se prometió no volver a odiar por razón de raza, nacionalidad o religión. Pinta mal el siglo XXI. La pobreza, la desigualdad y las guerras han desatado un complejo magma de enormes migraciones que han trastocado por completo los países. ¿Cómo competir desde los empleos humildes con los sueldos cada vez más bajos de los emigrantes? En esas condiciones se repiten los peligros de la República de Weimar: desempleo, precariedad, rencor, falta de ideales. Enormes masas son presa de las ideologías y los populismos prometen paraísos terrenales en el campo abonado por el desencanto y la desesperanza. Este tipo de discursos facilones han conquistado los corazones de los británicos y de buena parte de los franceses y seducido a los griegos. Brexit, Le Pen, Syriza, Podemos son nombres distintos para la misma promesa vacía. La de una vida sin mediocridad, sin dolor ni esfuerzo, sin maldad ni corrupción. Hace nada España estaba al borde de la quiebra. Apenas empezamos a salir de un pozo, cuando ya se jalea la posibilidad de derribar todo y empezar de cero.

Y pocas cosas más útiles para los mesianismos genéricos que el odio a un elemento externo, una casta, una clase, una raza, una religión. De repente hay una virulencia expresiva, un odio que no se recordaba desde los años treinta. En Gran Bretaña han saltado las alarmas de un creciente rechazo de lo musulmán, pero no nos engañemos, una vez desatado el rencor, adopta todo tipo de pelajes: antisemitismo, anticlericalismo, anticapitalismo, nacionalismo. Todo con un elemento en común: el enemigo es siempre el otro, el distinto, el diferente.

Los españoles somos sabios en terrorismo. Durante décadas hemos visto morir a la gente a nuestro alrededor y no hemos cedido ni a la violencia ni a la estigmatización del otro, del vasco por ejemplo. Supimos distinguir entre los habitantes de Euskadi y los etarras. La cohesión nacional aguantó, el respeto a la Constitución y las leyes, los principios. En los próximos años todo se cifrará en la solidez de este armazón humanístico europeo. Porque en el momento en que alguien nos convenza de que hay que dar caza al musulmán, el judío, el católico, el cura, el rico, el burgués o el mediopensionista, apaga y vámonos.

Un discurso positivo no se construye con la simple descalificación del otro, por muchos argumentos que haya para ello. No es verdad que el problema de Cataluña sean el resto de los españoles, ni que las deficiencias nacionales se reconduzcan con un simple cambio de Gobierno, ni que el peligro terrorista se acabe con leyes racistas. La realidad es mucho más compleja que todo eso. Pasarán décadas hasta que desaparezca el terrorismo yihadista. Gran Bretaña no será grande por separarse de Europa. Ni Alemania o Francia por romper con Bruselas. La corrupción sólo se combatirá con la educación y el separatismo, con leyes y pedagogía. Nada es de repente, nada es sencillo, nada es en blanco y negro.