El desafío independentista

El referéndum de Franco

La Razón
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Todo está ya inventado. El referéndum unilateral, o sea, sacar unas urnas para que parezca que se vive en una democracia, no es una idea del «procés» nacida en un «brain storming» y, por supuesto, no proviene de Puigdemont, que lo más original que ha aportado a la política internacional es un peinado que cumple 50 años, los mismos que tiene el disco «sargent peppers», que susurraba mi padre para que me durmiera. Parece mentira que una cosa tan moderna la cantara un hombre que uno creía antiguo. Franco hizo dos referéndums «unilaterales», uno en el año 47, y otro en el 66, tan unilaterales que ganó el primero con el 93 por ciento de síes y el siguiente por el 95, con una participación además del 100 por 100. He trasteado en la memoria materna y en la de los tíos del pueblo que eran mozos en edad de votar y ya habían hecho la mili, y ninguno recuerda que fueran a echar la papeleta. O sea. Que era el 100 por 100 menos unos pocos que coincidirían que vivían todos en el mismo pueblo y han sido interrogados por mí. No eran maquis ni nada, que eso era más por la sierra. Franco, como era un dictador, no perdió tanto el tiempo en formular la pregunta. Para eso era Franco, coño. «¿Aprueba el proyecto de Ley Orgánica del Estado?». Y a tomar viento. Quien no supiera lo que era tal ley que lo preguntara. El 100 por 100 votando, ya les digo, aquello sí que debió ser una fiesta de la democracia, aunque nadie la tenga en la recámara de la memoria como, por ejemplo, el sabor de los tomates de entonces. De eso sí me hablan en el pueblo. Los tomates no tienen nada que ver. Como si se hubieran llevado un producto y hubieran traído otro del espacio exterior. Los tomates de Conil. A las personas con mucha experiencia en la vida les acongoja que el sabor se pierda o se emocionan cuando reencuentran el olor perdido. Nada de referéndums. Entre todas las tontadas que ha prometido el bloque soberanista, tal que subir las pensiones, menos paro y más días de sol, se les ha olvidado incluir los tomates, tan de la dieta mediterránea. Para el carajal que están montando ni siquiera son originales. Franco les tomó la delantera. El cartón es una metáfora antigua de ilegitimidad. Ni el más escorado de los historiadores acepta ninguna de las consultas de Franco como democráticas. Y aquí están retorciendo el lenguaje donde el caudillo retorcía lenguas y pescuezos para llegar al mismo fin. Una adhesión inquebrantable a la causa del gran hermano. Saben dónde vives, dónde trabajas, a quién votas. Ya no es una cuestión sólo del Estado español, tan flojito, sino de las Naciones Unidas. No sé a qué esperan esos energúmenos, que no impiden ningún conflicto en el mundo, para apostar los cascos azules en las Ramblas. A qué aguarda la Unión Europea, ahora sin los grilletes del Reino Unido y de los USA, para hacer una declaración firmada más allá de los comentarios de pasillo. Prometemos devolverles el sabor de los tomates. Sé dónde está el secreto.