Carmen Enríquez

El reto de Felipe VI

La Razón
La RazónLa Razón

Cuando aún era Príncipe de Asturias y con ocasión de su 35 cumpleaños, el actual Monarca pensaba que cuando le tocara ser Rey su labor no iba a ser complicada y que, probablemente, se iba a limitar a administrar la normalidad. Lejos estaba en esos momentos de su cabeza la idea de que su tarea institucional se iba a convertir en un auténtico test de competencia en el que tendría que poner todas sus capacidades sobre el tapete para hacer frente a la situación política más complicada y rocambolesca de la reciente historia de la democracia en España.

Felipe VI va a tener que recurrir a su inteligencia, habilidad moderadora y cintura para fajarse y ejercer ese poder de arbitraje en el funcionamiento de las instituciones que le atribuye la Carta Magna. Porque de administrar la normalidad ya se ha ido olvidando en el año y medio que lleva ejerciendo su papel de Jefe del Estado. El escenario político que se ha creado con los resultados de la convocatoria electoral del domingo es tan complicado y arduo de manejar que Don Felipe tendrá que echar mano de las cualidades que le atribuyen sus colaboradores –ecuanimidad, templanza, capacidad de análisis– y por encima de todas una: que es un hombre que sabe escuchar. Porque escuchar, va a tener que escuchar mucho y a muchos interlocutores cuando se celebren las consultas previas a la designación de un candidato para la presidencia del Gobierno. Y no todos los partidos que vayan a su despacho van a hacerlo con espíritu conciliador, sino a decirle a su cara que preferirían que, en vez de monarquía, España debiera ser una república.

Al Rey Juan Carlos ya le tocó a veces ese ingrato pero obligado papel de lidiar con personajes tan poco recomendables como Jon Idígoras, líder durante años de Herri Batasuna. Todo un papelón para el anterior Monarca recibir a alguien cuyos correligionarios de ETA habían intentado eliminar físicamente al Monarca. No es fácil pues el papel de Felipe VI en esta compleja y delicada tesitura ni envidiable su papel de árbitro y moderador de una situación en la que Corona se juega su prestigio de cara al futuro.