Presidencia del Gobierno

El tapiz y el adoquín

La Razón
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No hacía falta escuchar a Garzón para concluir que los «rojimorados» apuntan maneras para la legislatura. Hay más intención de gastar calzado en la calle –sobre esos adoquines que a veces hemos visto volar– que en las moquetas de la fábrica nacional de tapices del Congreso de los Diputados sobre las que a algunos nos tocó romper tiempo atrás algún que otro par de zapatos por esos pasillos parlamentarios de dios. Hoy el gran interrogante es comprobar qué margen de maniobra tendrá el nuevo Ejecutivo de Rajoy para sacar adelante, y con un mínimo de estabilidad, gran parte del programa de 150 puntos acordado con Ciudadanos y cuál será la actitud de los 180 diputados que se han venido situando frente a ese acuerdo, teniendo en cuenta que 84 de ellos, los del grupo socialista, resultarán claves en ese devenir.

Desde el «día después» de la toma de posesión de su nuevo gobierno, Rajoy comenzará a vivir en propias carnes eso que calificaba la semana pasada en Bruselas como «ganarse la gobernabilidad en una situación que obliga a modificar el discurso». Indicativo lugar el que acogía estas afirmaciones del aún presidente en funciones ante la prensa española tras el Consejo Europeo teniendo en cuenta que, además de los «miuras» que aguardan en nuestra política doméstica, Europa, muy atenta a lo que se hace y se dice al sur de los Pirineos, no dejará de afilar sus brillantes tijeras.

Dando por hecho que la oposición del PSOE y de los nacionalistas será especialmente dura y que la de Ciudadanos será «vigilante», puede resultar precipitado vaticinar un «calvario» previo a una corta legislatura, sobre todo porque la «travesía del desierto» que ahora enfilan algunos va a necesitar un recorrido no precisamente corto. Los socialistas, para restañar sus heridas en carne viva y en la formación de Rivera, sabedores de que cercanía de elecciones es igual a presumible descalabro. Queda, por lo tanto, la actitud de Unidos Podemos a quienes les siguen saltando desde dentro las costuras y que parecen haber optado por eso que Iglesias llama, agotado el ciclo electoral, el «ejército regular» movilizado. La amenaza, no para el Gobierno sino para el propio sistema, no es solo que se consiga entre otras cosas seducir a los sindicatos para convocar una huelga general en la que «saldría el jugador morado marcando diferencias», en palabras de Iglesias, lo cual no deja de ser inquietante, sino el hecho de que se compatibilice la presencia en las instituciones con la incitación a la tensión y a la provocación fuera de ellas. Además de recordar que el método ya está inventado –no hay más que volver la mirada a la Alemania del 38–, tampoco estaría de más una reflexión más profunda en la formación morada sobre el porqué de ese millón de votos que le han volado en tan solo seis meses, sobre todo porque igual concluyen que eso de jalear en la calle el «rodea el Congreso» para a continuación regresar al mismo, no vaya a ser que se escape alguna dieta, sencillamente no cuela.