Cataluña

El test catalán de Sánchez

La Razón
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De todos es sabido que Mariano Rajoy y Pedro Sánchez no quedan precisamente los fines de semana para hacer barbacoas y difícilmente les veremos compartir un café, pero ocurre que la gravedad de la situación política en Cataluña viene a exigir gestos más allá de las aversiones personales. Puestos a añorar escenarios utópicos, no estaría nada mal que los ciudadanos pudieran ejecutar con los políticos que les representan esa decisión de algunos jefes de exigir a subordinados con irreconciliables diferencias encerrarse en un despacho y no salir hasta haberlas solventado o al menos extraer mínimas conclusiones. El preocupante escenario que se vislumbra desde el desafío independentista catalán va a resultar toda una prueba del algodón para la altura de miras política, especialmente de un secretario general del PSOE que, paradojas de la política, cuando pinten bastos en grandes cuestiones como la seguridad nacional o, en este caso, la integridad del Estado, tendrá que caminar hombro con hombro junto a aquél contra el que basó toda su estrategia y discurso casi único de primarias.

Es cierto que Sánchez tardo más de lo recomendable en contestar al «SMS» de Rajoy – «hablamos cuando tengas un minuto»–, pero –a cada cual lo suyo– resultó más que oportuno ese «timbrazo» en el móvil del presidente cuando se dirigía en automóvil hacia el embarcadero de Vega Terrón en la provincia de Salamanca para bajar navegando el Duero hasta Vila Real junto a su homólogo Antonio Costa en el arranque de la cumbre hispano-portuguesa. Que Sánchez, en su primera conversación post primarias con Rajoy, dejase claro, por si cabía alguna duda, su compromiso con la legalidad constitucional y contra el referéndum separatista en Cataluña es todo un mensaje de doble dirección: en clave interna hacia quienes tienen en el PSOE no pocas razones para recelar de ocurrencias como la de «nación naciones» y, de otro lado, frente a un sector del Gobierno que no ocultó sus dudas acerca de ese compromiso del líder socialista.

Pero la lupa no sólo estará puesta sobre los pasos que Sánchez vaya dando en lo relativo a esa defensa de la integridad territorial del Estado, también Rajoy y por extensión la vicepresidenta, Sáenz de Santamaría, habrán de recoger guantes como el lanzado por el nuevo portavoz socialista, José Luis Ábalos, reclamando una sentada de todos los partidos constitucionalistas para remarcar la línea roja ante Puigdemont. El presidente tampoco debería desaprovechar la oportunidad de despejar dudas ante las especulaciones sobre el rédito político que su partido pudiera sacarle al desafío secesionista o el hecho de que éste sirva para desviar la atención de otros asuntos como la corrupción.

La amenaza independentista es la primera gran ocasión de Sánchez para reivindicarse como digno aspirante a la Moncloa frente a errores de su anterior etapa. En esta y otro par de cuestiones –no muchas más–, ajenas al juego político, deberá dialogar con Rajoy. No le queda otra, sobre todo porque, aunque no lo demande la más indómita militancia que le ha votado, lo reclama esa mayoría social que da gobiernos. A aplicarse.