Restringido

En la otra acera de Ferraz

La dirección federal del PSOE decidió dar apoyo incondicional institucional a la señora Carmena para que pudiese gobernar. Ni condiciones, ni líneas rojas, ni contrapartidas. Sin embargo, en ese momento, Podemos no sólo negaba la investidura de la presidenta de Andalucía, sino que también cuestionaba que el PSOE pudiese alcanzar dos importantes gobiernos, el de la Comunidad Valenciana y el de las islas Baleares. Ante esta decisión, difícil de entender sin conocer algunas claves internas, la posición en la que quedaba el entonces portavoz socialista era de seria debilidad en su relación con la alcaldesa.

Dar el apoyo sin compromisos a cambio, e intentar después condicionar el gobierno viene a ser algo así como intentar nadar a estilo mariposa con las manos atadas en la espalda. De hecho uno de los efectos secundarios de esta posición ha sido identificar al PSOE con los errores de la señora Carmena, asunto este alimentado desde algún ámbito de las propias filas socialistas.

Las dos opciones más razonables que tenía el PSOE eran, en primer lugar, haber establecido un conjunto de compromisos para la capital de España con un estricto mecanismo de fiscalización y seguimiento. Bien es cierto que, una vez facilitado el acceso al poder, existen serias dificultades para el control de las innumerables decisiones que se toman en una Administración del tamaño de Madrid. La segunda opción era haber entrado a formar parte del gobierno municipal, contribuyendo así a modular muchas de las políticas y planteamientos del actual gobierno.

El trabajo de los socialistas en el diseño de las grandes líneas del Madrid del siglo XXI y el quehacer diario en los distritos madrileños, en los barrios, que es donde se cambian muchas de las pequeñas, y no tan pequeñas, cosas del día a día de la gente, hubiera sido una oportunidad para dejar la impronta de los socialistas. Además, de esa manera, los socialistas serían responsables solamente de sus propios errores y no de los errores de otros.

En los últimos días hemos conocido la intención de los socialistas catalanes de formar parte del gobierno de la señora Colau. Ante este cambio de posición, sólo caben dos explicaciones.

La primera de ellas, que sea una decisión estratégica federal del PSOE, para seguir ampliando el poder institucional como una medida de éxito electoral, a más poder, más éxito. Pero ésta es quizá la explicación más débil. En la antesala de las elecciones generales contribuiría a hacer aún más inexplicable el cambio de portavoz en la capital de España. La otra razón, más probable, es que el PSC, partido diferente al PSOE, tenga su propia estrategia y una hoja de ruta distinta a la de la calle Ferraz. Pero las contraindicaciones que representan una discrepancia de esta envergadura son evidentes. Especialmente en lo que se refiere a la imagen del partido socialista como un partido coherente en todo el territorio nacional y con un discurso único. Por eso estoy convencido de que todos harán un esfuerzo por hacer compatibles para Madrid y Barcelona la decisión que se adopte.

El PSC obtuvo en Barcelona el 9,63% de los votos, en Madrid, el PSM, el 18,15%. Los madrileños le daban el «doble» de mandato al PSOE para gobernar en la capital. Si el PSC entra en el gobierno de la ciudad condal, los socialistas madrileños tendrán dificultades para explicar la diferente vara de medir. Si llegan a formar parte del gobierno, y la decisión se extendiera a Madrid, los adversarios del PSOE se apresurarán a apuntar que la salida de Antonio Miguel Carmona de la dirección del grupo municipal era precisamente una operación para evitar que hubiese sido vicealcalde y, por tanto, el cargo socialista más relevante en toda la región de Madrid, una vez que la Comunidad sigue en manos populares.

La nueva dirección política tiene otra situación que resolver que no debería plantear más dificultades desde una posición de autonomía y personalidad propia. Todos los socialistas madrileños confiamos en que así lo hará.

La archiconocida cita de Churchill que dice «el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones», la política de pactos dista mucho de ser una táctica en función de la fecha de unos comicios, representa una estrategia política que en sí misma define un proyecto político determinado.