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Epidemia

La Razón
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La enfermedad, el dolor, la agonía, beben del analfabetismo. En Minesota, patria chica de Bob Dylan, cinturón minero de América, con los costillares a cielo abierto y un viento azul como una bayoneta, sufren la mayor epidemia de sarampión en treinta años. La mayoría de las víctimas son niños somalíes, cuyos padres han caído bajo el encantamiento de los antivacunas. Hablamos de inmigrantes africanos, pero da igual. En la larga historia del disparate lo de menos es el pasaporte. Podrían ser hijos de hipsters, nietos de veganos, habitantes del Brooklyn donde habitualmente escribo, millonario de pijos alternativos y hippies que, a falta de lucha de clases, apostaron todo a las teorías de bajo consumo neuronal y los helados sin azúcar del pensamiento débil. La guerra contra las vacunas, que salvaron millones de vidas, es también contra la ilustración, la ciencia y el sentido común, no digamos ya contra la verdad, que padece en territorio de infieles conectados al horóscopo y las agujitas de la acupuntura china. Cuántas veces en Nueva York habré escuchado, a gente teóricamente ilustrada, idioteces que van del ludismo en chanclas a la defensa del autoconsumo anticapitalista, la supuesta bondad de los brotes de soja y las alabanzas de la lactancia hasta que el nene tiene edad para alistarse en los marines. Hace tiempo que los pediatras alertaban del peligro. Lo de Minesota crecerá, multiplicado, porque en algunos Estados, en ciertas, ciudades, y en especial en los barrios privilegiados, la tasa de niños sin vacunar alcanza el 50%. Sólo necesitas paciencia para asistir el regreso de las viejas plagas. La varicela, la rubeola, la difteria, incluso la polio, reaccionarán encantadas al comité de bienvenida dispensado desde las filas de una izquierda esotérica y una derecha neopopulista. En varias ocasiones Trump ha criticado las campañas de vacunación. Incluso ha prometido la creación de un extravagante comité de expertos que estudie la posibilidad de retrasarlas y/o suprimirlas. No faltan quienes celebran la ocurrencia, de un Kennedy cabeza de chorlito al mismísimo De Niro. Coinciden todos ellos en proclamar que las vacunas quizá sean la casa del autismo. A quién le importa que todos los estudios renieguen de la ocurrencia y demuestren, con datos incontrovertibles, que estamos ante un bulo nacido de la imaginación o el aburrimiento. Cuando la gente sufre una desgracia, pero también cuando disfruta de demasiado tiempo libre, encuentra fantasmas nada más abrirse las puertas del ascensor. Creíamos que las creencias antediluvianas, del nacionalismo a la posibilidad de que la Tierra sea plana, serían borradas por el imperio de las tablets, la explosión digital y la biblioteca de Alejandría, que viaja por fibra óptica. Claro que también contamos con que la vida humana es corta y resulta natural caer en la desesperación. Asistimos al regreso de la caverna, jaleada desde las trincheras, y su naturaleza es transversal. Quiero decir que entre sus partidarios encuentras gentes de todo el espectro ideológico. Unidos por la posverdad, la posmodernidad y otros prefijos que enmascaran una impudicia intelectual ciertamente alarmante. Detrás del sarampión cabalgan los hechiceros.