Europa

José María Marco

Errores estratégicos

La Razón
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El pensador francés Ernest Renan se preguntaba hace 135 años, cuando estaba a punto de estallar la bomba del nacionalismo en Europa, qué es una nación. Desde entonces la pregunta no ha dejado de plantearse y Pedro Sánchez, hace poco tiempo, demostró ser de los muchos que no saben la respuesta, aunque parece saber que Cataluña y el País Vasco sí son naciones mientras que España no lo es del todo. No hay que escandalizarse. Todos hablamos de cosas que no sabríamos definir con propiedad.

Como en otras antiguas naciones europeas, en nuestro país se superponen diversos conceptos de lo que somos como nación: la nación histórica (antes eran nacionales quienes tenían la misma religión, luego los que nacían en el mismo territorio y al fin los que compartían una cultura y un Estado), y la nación liberal (que no política, creada aquí por la Monarquía mucho antes de la otra, que arranca en 1812). Lo propiamente español es que esta nación liberal, superpuesta a la política, ha sido atacada con saña, desde todos los frentes, y muy mal defendida desde hace más de un siglo. España, en cambio, había sido nacionalizada mucho antes que existieran el proyecto de nación liberal y los nacionalismos. Y habiéndose creado una realidad tan consistente como la que conocemos, esta resulta, por ahora, indestructible. Por eso nuestro país es más España que nación, aunque también sea nación a todos los efectos.

De este desequilibrio se nutren los nacionalismos, empeñados en una empresa de construcción nacional propia, vasca o catalana. Este proceso de nacionalización tropieza con varios obstáculos. En primer lugar, la nación política española no es, como los nacionalistas habían supuesto, algo artificial o degenerado. También resulta muy difícil renacionalizar en un sentido distinto algo que ya está nacionalizado, y con qué eficacia. Finalmente –para no hablar de la globalización–, desde 2012 la impaciencia y el cálculo erróneo de los independentistas catalanes han truncado el proceso de nacionalización puesto en marcha en los 70, que exigía templanza y visión a muy largo plazo. En resumen, Pedro Sánchez se ha equivocado sobre el fondo de la cuestión, porque a diferencia de la española la nación catalana no existe y sigue por hacer. Además, ha escogido el bando perdedor... hasta por lo menos otros cuarenta años.