Demografía

España muerta

La Razón
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Hay una España muerta que sólo espera que vaya desapareciendo el último rastro de vida. Como recoge Paco Cerdà en el prólogo de «Los últimos», hay un vastísimo territorio extendido por 10 provincias, que toca 5 comunidades –ambas Castillas, Aragón, La Rioja y el interior de la Comunidad Valenciana–, con una densidad de poco más de 7 habitantes por kilómetro cuadrado. Ahí hay 1.355 municipios «donde el silencio cabalga montañas y las voces infantiles quedaron afónicas el siglo pasado». En el corazón de la España rural y agónica existe la misma densidad de población que en la gélida Laponia. Este bocado de realidad que echa al mundo la editorial Pepitas de Calabaza es una delicia de escenarios y gentes. Recupera con testimonios de mayor frescura aquella corriente fría con la que sacudió Julio Llamazares a los lectores con su «Lluvia amarilla», un libro necesario que ha quedado para degustar y purgar en la urbe los pecados que deja el recuerdo del pueblo, de los pueblos y ese rastro de culpa del que quiere mirar atrás con la seguridad de un horizonte. Nos podemos recrear en los escenarios callados, en las casas sin tejado, en la zarza que abraza el mobiliario y se clava en los recuerdos. Podemos teorizar el «neorruralismo» como un túnel por el que escapar buscando lo que el campo jamás dará. Podemos huir en manadas para volver uno a uno. El pueblo, como entidad administrativa, corre peligro de extinción, por eso hay que saludar con esperanza que en las conclusiones de la Conferencia de Presidentes Autonómicos apareciera la creación de un comisionado para trabajar contra la despoblación. Que esto sea una prioridad para los gobiernos es la brizna de esperanza. Queda sensibilidad para que la España extramuros de las ciudades tenga o recupere algo de vida. El planteamiento tiene que ser transversal más allá del «Pepe vente pal pueblo». La base fundamental es que los ciudadanos de la España rural tienen los mismos derechos que los de la España urbana. Que el Estado del Bienestar es para todos y eso tiene un coste. Una población envejecida y dispersa tiene más necesidades y son más caras. Por eso es importante que este asunto sea elemento de negociación en el nuevo sistema de financiación autonómico. Hay que luchar contra la «demotanasia» con responsabilidad y con presupuesto. Quizá el interés llegue tarde, pero se podrán mantener las constantes vitales. Que el Gobierno haya puesto a Edelmira Barreira al frente de estos trabajos es más que una declaración de intenciones, es determinación, porque la elegida es perseverancia.