María José Navarro

Estrellitas

La Razón
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Ayer, por esas cosas buenas que de vez en cuando te permite la vida, pillé un vuelo hacia el sur, a Jerez de la Frontera. Ya sólo con sentir el sol en la pista de aterrizaje, tus sensaciones anímicas cambian, te cambia el humor, cambia el ritmo, el tiempo. Andalucía es una transfusión de sangre, es un trasplante de médula, una cura, un camión de salud. Sentada ya en el avión, con más miedo que Rafael de Paula, rezando todo lo que me sabía para evitar pensar en el viento, en la tormenta, en la lluvia y en el despegue, contemplé a lo lejos una cara conocida. Una cara y una coleta familiar. Era Pablo Iglesias. Yo misma me sorprendí dando codazos a mi gente y también me sorprendí de la de codazos que se daba otra gente. Pablo Iglesias entró con su séquito hasta el fondo del vuelo con la actitud de Lennon, con el gesto de Jagger, con esa cosa displicente que tienen las estrellas de rock. Dos jovencitas se pusieron nerviosas como unas colegialas, una amiga dijo que a ella la que le ponía burrísima era Ramón Espinar y hasta algún que otro pasajero dio un gritito que nos hizo caer en la cuenta de la vergüenza ajena que a veces podemos provocar ante situaciones ridículas. Hubo un par de fotos robadas, y algún comentario en voz alta mientras Pablo Iglesias no levantaba la mirada de su móvil. Por cierto, que lo del despatarre del Metro lo borda el líder de Podemos, por Dios bendito, qué posturita. Todos estos detalles de portería no son más que una excusa para contarles que la sensación que le deja a una esa coincidencia en un espacio tan pequeño es que estos jóvenes políticos puede que renieguen de la casta, pero se sienten diferentes. Su forma de comportarse, su distancia, su lenguaje corporal, indican que están subidos en una nube que les hace creer que tienen halo, aura, una radiación luminosa que en el fondo transita entre el desinterés y la mano floja. Es esa cosa que tenían los Beatles y que idealizamos. Porque en el fondo, mis queridos niños, nos costó mucho darnos cuenta pero era inevitable: McCartney tiene toda la cara de Pitita Ridruejo.