José María Marco

Flechazo

La Razón
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Los mismos que hace poco tiempo reclamaban de Rajoy una actitud de firmeza frente a Donald Trump acaban de elogiar ahora a Macron por haber recibido al presidente norteamericano con todos los fastos de la Corte parisina. En realidad, se ha elogiado lo obvio, como es que el presidente francés ha sabido aprovechar la oportunidad de un Trump aislado internacionalmente, aunque con algunos buenos amigos en la UE (véase Polonia), y acosado en la política doméstica por quienes no acaban de digerir que Clinton perdió las elecciones en noviembre.

Se habla menos de algunas otras cosas. Por ejemplo, todo indica que Trump, a pesar de lo deprimidos que andan sus detractores, está aquí para quedarse. Así lo apuntan las elecciones parciales celebradas en Estados Unidos, con serias derrotas demócratas, y la fidelidad de sus votantes reflejada en las encuestas. Como Macron aspira a repetir mandato, la apuesta por Trump está lejos de ser coyuntural.

Les une también, a pesar de las diferencias en educación y cultura, un liderazgo de los que hoy se llaman disruptivos. Trump, que tiene más de demócrata que de republicano, ha hecho saltar en pedazos el Partido Demócrata y nadie sabe lo que quedará del republicanismo con él. Habiendo acabado con el Partido Socialista y en trance de dividir sin remedio a la derecha, Macron ha demostrado ser un alumno aventajado de su colega trasatlántico. Ni de derechas, ni de izquierdas.

Como es lógico en tales condiciones, a los dos les une un liderazgo personal directamente conectado con el votante –popular en Trump y de elite en Macron–, pero también la elite tiene su corazoncito y anda siempre tras su redentor particular. Ambos son ajenos a las organizaciones y a los modales rígidos, y practican, cada uno a su manera, un estilo relajado, intransferiblemente personal. A los dos les fascinan los grandes efectos: el espectáculo, los desfiles militares. Los dos tienen un muy alto concepto de su país, que no conciben sin que ocupe un lugar destacado, por no decir excepcional, en el mundo. Al fin y al cabo, la Unión y la República se consideran padres, o madres, de los derechos humanos. Y los dos, finalmente, están convencidos de que sus países necesitan reformas de fondo para cumplir la misión que les corresponde... también a ellos, a los dos presidentes.