M. Hernández Sánchez-Barba

Fray Melchor Cano, O.P. (1509-1560)

La Razón
La RazónLa Razón

Teólogo dominico español, natural de Cuenca, alumno de Francisco de Vitoria, llevó a cabo su docencia en la Universidad de Alcalá desde 1542 y tras la muerte del maestro ocupó la cátedra de éste en Salamanca desde 1546. Fue una de las figuras más notables en el Concilio de Trento (1551-52) donde destacó como antirreformista, siendo dirigida esta línea de modo particular contra el irracionalismo de los «iluminados». Convivió con Vitoria en el convento de San Esteban y es considerado el mejor, más profundo y de mayor claridad expositiva en sus explicaciones de cátedra.

A Melchor Cano se debe, en castellano, el «Tratado de la victoria de sí mismo» (1550) un comentario de la obra de Giovanni Baptista di Crema, condenado por la Inquisición, obra que había refundido Aceto di Fermo. Introdujo modificaciones, haciéndolo ortodoxo, perfeccionándolo y ampliándolo. Adelantamos tal importante reconstrucción de la obra como algo consustancial con la fecunda vida conventual de San Esteban, una vida de estudio e investigación comunitaria de la Orden dominica para la investigación y desarrollo de las nuevas ideas que se exponían en las aulas de la Universidad de Salamanca.

La restauración de la vida común de estudio e investigación, centrada en la observancia religiosa y en el estudio de Santo Tomás, el flujo de ideas, sobre todo centradas en los problemas de Nuevo Mundo, se hizo sumamente propicio para la aplicación de la tradición tomista a los hechos reales aportados por las noticias de historiadores, misioneros, los contactos de los maestros universitarios con los centros políticos e institucionales, así como el flujo de los mercaderes en los mercados como Medina del Campo y la juventud universitaria de Salamanca y Compluto, así como marinos de los que se recogía cuantas informaciones eran capaces de proporcionar a requerimiento de los maestros universitarios, contando con datos reales sobre la situación de la empresa española en América en las regiones indianas.

Melchor Cano comenzó en 1540 la redacción de un importante tratado “De locis theologicis”, publicado en 1563. Se trata de una importante investigación monumental sobre «Las fuentes de la Teología», cuyos doce primeros volúmenes, de los catorce inicialmente previstos, ocuparon a Melchor Cano hasta su muerte. En esta colosal e imprescindible obra instrumental para la investigación Cano fue absolutamente fiel a la idea de la filosofía medieval de considerarse auxiliar de la Teología. Sigue el espíritu humanista iniciando una vía armonizadora entre Platón y Aristóteles, e incorporando al primero al tomismo. Esta obra se la considera el punto de partida de una nueva concepción de la teología escolástica. Son especialmente importantes los once primeros volúmenes, en los cuales se encuentran los argumentos más sólidos para la demostración de las verdades relevadas: destacar los «lugares» (loci) en donde se encuentran los argumentos imprescindibles y necesarios para demostrar las verdades reveladas, corpus principal para las investigaciones teológicas. En los once volúmenes de «lugares», Melchor Cano examina diez fuentes de autoridad para el desarrollo de los argumentos teológicos: se trata, en suma, de ofrecer a los investigadores fuentes filosóficas de autoridad para el desarrollo de los argumentos, que son los siguientes: las Sagradas Escrituras, los Libros Canónicos; las tradiciones de los Apóstoles; la adopción de decisiones por la Iglesia; las definiciones de los Concilios; las declaraciones de la Iglesia; enseñanzas de los Santos Padres; las doctrinas de los Canonistas; la razón natural; las enseñanzas de la Historia. Con ello Melchor Cano aportó a los investigadores una metodología de investigación y una importante epistemología del conocimiento.

Después de ejercer la cátedra de Teología Prima en la Universidad de Alcalá de Henares, cuando ésta alcanzaba la cumbre del esplendor, al morir Vitoria se presentó a ella Juan Gil de Nava, titular de la cátedra de Vísperas en Salamanca; pero los dominicos que regentaban la cátedra desde que la ocupara el maestro Deza designaron como candidato a Melchor Cano por el enorme prestigió adquirido en Alcalá, se incorporó a la de Prima el 18 de diciembre de 1546, si bien fue designado para participar en Trento; a la vuelta, el Papa Julio III, a propuesta de Carlos V nombró a Melchor Cano obispo de Canarias. Para ejercer el puesto en las Islas Afortunadas tuvo que renunciar a la cátedra de Salamanca. En 1555 renunció al Obispo y se retiró al convento de Piedrahita (Ávila) donde terminó su obra magna «De Locis theologicis, libri XII». En 1557 fue nombrado prior de San Esteban de Salamanca. Murió en Toledo, en el convento de San Pedro Mártir, el 30 de septiembre de 1560.