Política

Manuel Coma

Frente al islamismo nuclear iraní

La Razón
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La cosa está entre «un mal acuerdo es peor que ningún acuerdo» y su opuesto. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y un núcleo de analistas demócratas cada vez más pequeño creen en lo segundo. Piensan que el perfecto acuerdo desnuclearizador es totalmente inalcanzable, porque le haría perder la cara al régimen iraní, cosa por la que bajo ningún concepto está dispuesto a pasar, y que algo menos seguro, con concesiones que implican una nuclearización más débil, a una plazo más largo y bajo un cierto control internacional, es preferible, en grandísima medida, a dejarlos campar sin límites por sus respetos.

Ese acuerdo es a la política exterior de Obama lo que su fallida reforma estatalizadora de la sanidad pretendía ser a su política interior, sólo que si lo consigue y no funciona, como los de la escuela contraria piensan, las consecuencias serían devastadoras para Oriente Medio, el orden internacional y el régimen de no proliferación del armamento nuclear, uno de los pilares básicos del sistema internacional y de la política americana con todos y cada uno de los presidentes desde Hiroshima y Nagasaki. Y no es que Obama haya renunciado a esa meta. Todo lo contrario. Lo que busca es una abolición total de ese tipo de armamento, algo altamente utópico, y más siguiendo el contradictorio camino de concesiones a los ayatolás.

Desde su llegada al poder, Obama le ha dado una prioridad absoluta a ese objetivo, convencido de que es factible gracias a su hábil política de comprensión y delicado trato de la revolución islámica persa, y de que la ralentización y la limitación del proceso nuclearizador de Teherán serían un bálsamo que apaciguarían todas las efervescentes tensiones de Oriente Medio. En la región, israelíes en general y sobre todo la derecha, por un lado, y por el otro los Estados suníes, con Irán y Egipto a la cabeza, creen exactamente lo contrario y ya están actuando en consecuencia, manteniendo al respecto una subrepticia alianza «de facto» con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que percibe una amenaza existencial para su país, distanciándose cada vez más de Estados Unidos. Un Irán nuclear o, para atenerse con mayor exactitud a lo que es el objeto de la negociación, uno al que se le permitiese llegar a un punto desde el que pudiera alcanzar la bomba en un esfuerzo final de muy pocos meses –lo que se ha bautizado como «break out», algo, así como la capacidad de un corto sprint final para alcanzar la meta–, supondría una hegemonía nacional chií que los árabes suníes no están dispuestos a tolerar y que, por tanto, desencadenaría inexorablemente una carrera armamentística.

Aunque Turquía parece ser un mero espectador, no es pensable que se quede cruzada de brazos frente a sus vecinos del este. Arabia Saudí lleva ya desde hace tiempo en tratos con los paquistaníes, a los que les compraría de inmediato algunas bombas, además de la tecnología para fabricarlas. También se las financiaría a Egipto. Una vez la carrera en marcha, el desbordamiento a otras regiones parece lógico, incluida la orilla meridional del mar Mediterráneo.

El plazo para concluir el tratado se acaba en dos días, el próximo martes 31 de marzo. La distancia entre Irán y sus interlocutores, los cinco países permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, es demasiado grande para que se pueda recorrer en ese tiempo. Punto final. Pero no, esa fecha es ya el fruto de varios aplazamientos anteriores y Obama no estará dispuesto a dejar escapar su presa, así que veremos un nuevo acuerdo provisional, no mucho más avanzado que el que vence ese día, con un nuevo tope temporal para seguir con las conversaciones.