Enrique López

Giovanni Sartori

La Razón
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Esta semana ha muerto el politólogo Giovanni Sartori, a los 92 años, y pasará a la historia por sus profundos estudios sobre la democracia como forma de gobierno. Es difícil resumir su pensamiento en una frase, pero se podría decir que el pensaba que la democracia que existe hoy en día no tiene mucho que ver con la etimología de la palabra y que no puede ser tan buena como queremos. Sostiene que es un régimen abierto y de derechos, el cual no puede separarse de la competencia electoral entre partidos y en el que los ciudadanos votan por unos y en contra de otros. Sartori fue un estudioso de la democracia y de todas sus formas tanto históricas como actuales. Es muy interesante cuando por ejemplo distingue la democracia etimológica y la democracia real, manteniendo que, aunque la democracia real diste mucho de representar el espíritu de la democracia en sentido estricto, no quiere decir que no haya democracia, eso sí, no hay que conformarse con la situación actual, sino aspirar al ideal. También distinguía entre macro democracias y micro democracias, entendiendo que la democracia funcionaría mucho más correctamente en entes comunitarios pequeños que en lo que representa todo un país, y quizá aunque era un defensor de la democracia participativa, sostenía que el acto democrático por antonomasia es el voto en las diferentes elecciones, aunque el sistema democrático ha de ir mucho más allá si realmente se quiere que haya una ciudadanía participativa, aunque no se puede abandonar el carácter representativo para asegurar una mayor participación. Llama la atención su aversión a la televisión de la cual decía que es cierto que la televisión, a diferencia de los instrumentos de comunicación que la han precedido (hasta la radio), destruye más saber y más entendimiento del que transmite. Debe ser que, como italiano, padecía algún medio de comunicación en común con España. En cualquier caso, su defensa de la democracia presentativa orientada hacia una mayor participación ciudadana es una regla en su pensamiento, y comparto plenamente que es imposible asegurar una mayor participación ciudadana en la gestión de lo público sin democracia representativa. Una democracia que sólo cuenta con el ciudadano una vez cada cuatro años no es ni un ideal ni una buena realidad, pero una democracia que llama a sus ciudadanos todos los domingos para que se pronuncien sobre los más variados temas liberando al representante de su responsabilidad de decisión tampoco. A las categorías descritas por el politólogo se la ha unido una nueva, la democracia de la calle, la democracia populista o morbosa en términos de Ortega y Gasset, la cual bajo una inicial legitimidad ganada en las urnas o sin ella, pretende superar el sometimiento a las reglas democráticas alegando el sentir de la calle o de los que denomina el pueblo. En este modelo se ejerce la movilización en la calle y cuanto mayor capacidad de movilización se tenga mayor poder se tendrá, de tal suerte que se instaura la ley de unos contra los otros, restando al individuo sus espacios de libertad individual, so pretexto de la superioridad moral de lo colectivo frente a lo individual.