Ramón Tamames

Hacia la integración de China en un mundo multipolar

En los tres artículos anteriores de esta serie, hemos visto la importancia actual de Asia Oriental y la Cuenca del Pacífico en la búsqueda de un nuevo equilibrio mundial. Y en ese sentido, evocaremos el precedente que ofrece lo que fue una importante experiencia antes de la I Guerra Mundial. En la historia que vamos a referir, ocupa un papel importante Eyre Crowe, funcionario del Foreign Office, que supo reflexionar a fondo sobre el gran problema de la hegemonía mundial en la primera década del siglo XX, que por entonces radicaba en la confrontación entre británicos y germanos. En un tiempo en el que Estados Unidos, a pesar de ser ya el número uno en Producto Interior Bruto desde 1872, no tenía mayores pretensiones hegemónicas.

Eyre Crowe previó la confrontación que se cernía en el horizonte. Nacido en Leipzig, de padre diplomático británico y madre alemana, le llevaron a Inglaterra con sólo diecisiete años, aunque mantuvo conexiones culturales y familiares con el continente, e incluso se casó con una alemana. Y con el espíritu de entendimiento que le proporcionaba su entronque en ambas naciones, en enero de 1907 produjo su no solicitado «Memorandum on the present state of British relations with France and Germany». En la idea de que Germania era una amenaza para Albión, en el mantenimiento de su poder, como lo fueron en otros tiempos y circunstancias, Felipe II, Luis XIV y Napoleón.

Según Crowe, la cooperación entre Alemania y Reino Unido había de seguir un proceso de relaciones cada vez más estrechas, en cuya organización y regulaciones Londres habría de tener la parte ciertamente más difícil. En un juego de suma cero, Reino Unido habría de ceder en determinadas posiciones a favor de Alemania, en busca de un acuerdo nivelador de las dos potencias, a fin de salvaguardar la paz. Ante una idea tan magistralmente expuesta, el entonces secretario del Foreign Office, Sir Edward Grey, encontró el memorándum «de lo más valioso». Pero el primer ministro, Henry Campbell, no evidenció interés alguno en propuesta tan notable como perentoria: el memorándum quedó enteramente relegado, y todo siguió avanzando para la gran confrontación de 1914-1918.

De cara al futuro, en una especie de memorándum paralelo al de Crowe, Kissinger ofreció –en su ya citado libro «On China» de 2011– una interesante analogía entre la actual situación China–EE UU y el ascenso de Alemania entre 1870 y 1914. Y ante esa similitud de 2011 con la de 1907, el ex secretario de Estado de los presidentes Nixon y Ford dejó claro que Estados Unidos no puede intentar volver a cercar y aislar a China, a base de alianzas ya existentes o previsibles y/o reforzables con Corea, Japón, Filipinas, Australia, Nueva Zelanda, Indonesia e incluso Vietnam. Y del otro lado, la República Popular tendría que renunciar a cualquier idea de expulsar a Estados Unidos de Asia y el Pacífico.

En última instancia, una propuesta del tipo Crowe-Kissinger para nuestro tiempo, parece de lo más inteligente a fin de superar la mentalidad del juego de suma cero, que hoy impide cualquier clase de cesiones por parte de los dos grandes. Haciéndose imposible de ese modo un gran acuerdo.

Habría que ir, pues, a un juego no de suma cero, sino «win-win», en el que las dos superpotencias buscaran realmente la paz, sin hegemonías, y en provecho de las relaciones recíprocas. Lo que contribuiría a una nueva configuración internacional de orden democrático y multipolar; que sería la base de una prosperidad «sine die» para todo el mundo. Por consiguiente, lo que aquí se preconiza es un Modelo CKT (Crowe-Kissinger-Tamames). Y solicito el perdón de los lectores por la petulancia de incluir mi nombre, que si algún sentido tiene, es por la serie de acciones a desarrollar, que rápidamente se reseñan a continuación:

1. Revisión de la Carta de Naciones Unidas para sustituir el sistema de veto de las cinco grandes potencias permanentes del Consejo de Seguridad por un sistema de voto ponderado en función del PIB y la población.

2. A escala regional, el fortalecimiento de las relaciones del trío Corea del Sur-Japón-China, así como del proyecto Asean+3. Y en paralelo, negociaciones para la gran zona de libre comercio de todo el Pacífico.

3. Integración de China en una serie de proyectos internacionales de cooperación en los que está fuera, sobre todo por rechazo de Estados Unidos ante el peligro de fugas de alta tecnología, como sucede con la Estación Espacial Internacional y todo lo mucho que pueda venir en proyectos como nuevos viajes a la Luna, expedición tripulada a Marte, etc.

4. Cooperación China-Estados Unidos. (recuérdese G-2, Chimérica o Chin-USA), con el apoyo de la Unión Europea como tercera superpotencia en ciernes, en acciones que son fundamentales en el actual escenario mundial:

- Evitar la posible desglobalización, yendo a la conclusión de la Ronda Doha en la Organización Mundial de Comercio.

w Acordar el desarme mundial, nuclear y convencional, con la paralela configuración de un sistema de seguridad común en el marco de Naciones Unidas.

- Controlar definitivamente las emisiones de gases de efecto invernadero, de cara a un nuevo Protocolo superador del de Kioto (proyecto París 2015).

- Luchar contra la pobreza y el subdesarrollo, más allá de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

Las tareas mencionadas son esenciales para que China se integre plenamente en un proyecto multipolar, para el cual el tiempo apremia. No es lo mismo negociar cuando los PIB de Estados Unidos y de la República Popular son similares que en un tiempo, no tan lejano, en el que China pueda doblar la renta nacional estadounidense.

En último término, lo que podría asumirse con la propuesta CKT es la misma idea de Immanuel Kant en su célebre ensayo de 1795 sobre la paz perpetua: configurar un mundo libre de guerras, y sin pretensiones hegemónicas en la comunidad internacional. Y hoy por hoy, la negociación para ello tiene su espacio central en el gran océano Pacífico.