César Vidal

Hijos de...

Fue ese Cervantes cuyos restos parecen especialmente escurridizos en las últimas semanas el que recordó que, a fin de cuentas, dijeran lo que dijeran los estatutos de limpieza de sangre de la España de la Contrarreforma, somos hijos de nuestros hechos. He recordado la afirmación del manco genial al conocer la noticia de la terrible tragedia aérea de hace unos días. Determinadas acciones sirven más para darnos una idea cabal de ciertas ideologías que docenas de libros de análisis político. Así, por ejemplo, hemos contemplado cómo los gobiernos español y francés ponían a disposición de las familias de los fallecidos un teléfono gratuito mientras otro del que no quiero acordarme optaba por utilizar un 902. Con todo, quizá lo que más me ha removido ha sido la afirmación tajante de que la culpa del accidente la tenía el capitalismo. Marx habría coincidido en parte con esa afirmación ya que en el «Manifiesto Comunista» señaló que el capitalismo había creado «durante su reino de menos de un siglo, fuerzas productivas más masivas y colosales que la suma de las creadas por todas las generaciones previas. El sometimiento al hombre de las fuerzas naturales, las máquinas, la aplicación de la química a la industria y la agricultura, la navegación a vapor, los ferrocarriles, el telégrafo eléctrico, la preparación de continentes enteros para el cultivo, la canalización de ríos, el asentamiento de poblaciones: ¿qué siglo pasado presintió siquiera que durmieran en el seno del trabajo de una sociedad semejantes fuerzas productivas?». De escribir ahora, seguramente Marx sumaría a los logros del sistema capitalista el desarrollo de la informática, la telefonía en sus diversas manifestaciones, las grandes revoluciones en el terreno de las comunicaciones y, por supuesto, la aviación. Ni el sistema esclavista, ni el feudalismo, ni, por supuesto, el socialismo han demostrado en milenios poder impulsar el progreso del género humano de una manera tan asombrosa. Ciertamente, sin capitalismo, los accidentes aéreos no tendrían lugar de la misma manera que no habría descarrilamientos ni la menor posibilidad de comunicarnos al instante entre continentes. Pero en el comentario que buscó un responsable de la desgracia de centenares de personas en una ideología aborrecida no hay análisis sereno, remedio para futuras catástrofes o compasión hacia el dolor ajeno. Lo único que aparece es indigencia intelectual, miseria moral y vileza espiritual para las que faltan calificativos. Al final, se confirma la afirmación de Cervantes: hay personas que son, simplemente, hijos de... sus acciones.