Alfonso Ussía

Hijos de papá

La última ha sido en Milán. «Unos salvajes e idiotas hijos de papá». Así los ha calificado el primer ministro italiano. Ayudan a pensar sus palabras. Destrozan todo lo que encuentran a su paso con sus sudaderas y vaqueros «antisistema» de marcas de lujo. ¿Quiénes financian sus desplazamientos? Se presentan en Londres, en París, en Bruselas, en Madrid, Barcelona y Berlín.

También es necesario el dinero para quemar coches y contenedores de basura, romper escaparates y aniquilar el mobiliario urbano. También es necesario el dinero para cubrir mil kilómetros con el único objetivo de linchar a un policía. La diferencia está en las condenas. Aquí en España, un manifestante antisistema responsable de estragos contra los bienes públicos, o amenazas y agresiones a un agente del orden, apenas sufre con su detención. Sabe que su condena judicial será lánguida y sobrellevable. En Italia, los detenidos por los destrozos callejeros en Milán se enfrentan a penas de 15 y 30 años de prisión. De ahí la presencia más reducida de antisistemas españoles, aunque los hubo a centenares. Pero no es lo mismo derribar una farola en Milán que en Madrid. La justicia italiana valora más las farolas que la justicia española.

Han ido a Milán, pero muchos de los habituales se han quedado en España. «Hijos de papá», según Renzi. De «pijos desalmados» fueron calificados cuando culminaron en la Puerta del Sol de Madrid su agresión a un grupo de estudiantes católicos que pusieron la otra mejilla. Se manifiestan en los alrededores de las iglesias cristianas y siempre pasan de largo de las mezquitas. No pertenecen a las clases necesitadas de acuerdo con el nivel y frecuencia de sus viajes al extranjero.

–Papá, ¿me das dinero para romper un poco Milán?–; –sí, hijo, pero ten cuidado, que allí las leyes y los jueces no son como en España. Y reserva habitación en un buen hotel, para no levantar sospechas–; –gracias, papi–.

Muchos de ellos son menores. Y una juventud pésimamente educada se divierte con el caos. En España los menores son intocables, y está permanentemente abierto el debate. Hay menores asesinos en sus casas, viviendo tranquilamente. En Inglaterra, son internados en correccionales, y cuando cumplen la mayoría de edad, pasan a ocupar sus celdas en las prisiones hasta el cumplimiento de sus penas. Ahí están los asesinos de Sandra Palo y el puto «Cuco» de Marta del Castillo. Cáncer social. En un país en el que apenas se sanciona a los padres de alumnos que desahogan las malas notas de sus hijos abofeteando a los profesores, todo puede suceder.

El «buenismo» los defiende, los tolera y los perdona. –Son jóvenes–. Eso, la juventud utilizada como atenuante penal, y lo que es más grave, como justificación social. Imposible endurecer las leyes. El que lo intente, llevará de por vida el estigma de «fascista». Es fascista detener, y es progresista ser detenido. Es antisocial sancionar, y es heroico ser sancionado. Es criminal cargar contra una masa perfectamente adiestrada en sus movimientos y sus artilugios agresivos. Son víctimas los que reciben la patada de un policía mientras incendian un coche aparcado por mera diversión. Hace años se refugiaban en el pacifismo y el antimilitarismo. Ahí están los militares y la Guardia Civil jugándose la vida en Nepal para rescatar a quienes no acostumbran a agradecérselo. Aquel titular inolvidable. «Manifestación pacifista en Madrid. Veintiséis policías antidisturbios hospitalizados».

«Hijos de papá», ha dicho el primer ministro italiano. Hay que matizar. Hijos de papá con bastante dinero. Y viaje va y viaje viene en nombre del antisistema.